Poemas

 

Cristina Pizarro

 

 

 

XLV. UNA HOJA CAÍDA

 

Una hoja

              ha caído

                       sobre el desierto.

 

Desde lejos

                  la veo

                            tan digna.

 

Cayó otra hoja.

                       Y sigo caminando.

 

Veo

       cabras y ovejas.

 

Sol.

       Viento.

 

Amada tierra,

pueblo mío sin aire,

qué te sucedió,

                        Patria de mi deseo?

Acaso estabas apartada del camino.

 

Yo sé que hubo maizales lastimados

que yacen detrás de la hojarasca.

 

Se humedecen las semillas.

Florecen los jacarandáes.

 

Los nogales esparcen su dulzura.

Las vides se trepan por los montes.

Los higos maduran en los caseríos.

 

Estoy aquí. Cercana al borde.

Las campanas acarician nuestras voces.

 

Oigo a mi gente

                         orando su plegaria.

 

 

 

 

XLVIII. INCOMPLETUD

 

"Un hombre permanece vivo por el hecho de no estar concluido y de no haber dicho todavía la última palabra..."

 

Marcelo Percia cita a Mijail Bajtin.

 

 

Voy palpando

                      el ser

                              de las palabras.

 

La tentación

                    de lo inesperado

me detiene

                 fascinada

                                ante lo inalcanzable.

 

 

 

 

 

XLIX. AÚN

 

Aún florecen los geranios,

estallan los ciruelos.

 

Caen gotas de sudor en nuestra piel.

 

Los labios danzan  con capullos de magnolias,

las manos hilvanan perlas de utopías.

 

Nuestros pies recorren lo incierto.

 

Ahora

           es el deseo.

                             Ahora es

                                            todavía.

 

 

 

 

 

LI. HUELLAS

"De tanto y tanto andar

se gasta más el corazón

que los zapatos."

 

Atilio Jorge Castelpoggi

 

 

Voy buscando tus huellas

                                         en esta Buenos Aires.

En el barrio de San Telmo

                                          escenario fundacional.

Acaso caminando

                            paso a paso

                                              por la calle Perú,

remedando la ambición del oro,

desde aquella ciudad de los reyes,

donde nuestro apellido

                                     se convirtió en sangre del origen.

 

Por San José de Flores fluyen tus aguas bautismales,

permanecen las estelas funerarias de mi abuelo Ambrosio,

- nacido en suelo riojano y bendecido por San Nicolás de Bari-.

 

Aquel Caballito de tu infancia

fue testigo de aquellos primitivos tanteos

que inscribieron

                          mi nombre de poeta

en nuestro escudo nobiliario.

 

En Dorrego y Libertador,

las fauces del monstruo te amenazaron en las puertas del infierno.

 

Y aquí entre Palermo, Belgrano y Colegiales,

muy cerca del Coliseo devorador

                                                    día a día

me exalto en un canto al trabajo.

La traición del azar se ha transformado hoy en semillas de pasión.

 

Los sabios alquimistas me dieron sus dones

porque la química dejó tus sueños inconclusos.

La herrumbre será ahora el oro y la plata.

 

No pude ser el varón que siguiera la prosapia.

Yo, mujer

reconstruiré el camino trazado por tus huellas.

 

En este rito de la palabra

mi boca te devuelve el ánima que penetró por las puertas del Paraíso.

Como un mortero

mis palabras amasarán el pan

para la comunión de nuestro pueblo.

 

El fuego del dragón perdurará en el deseo.

 

 

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