Las vueltas de la vida

Carlos Briones

 

Lo que son las cosas, me digo, mientras veo cómo se retuerce el tipo, ahí, blanco como un papel. A estas cosas, por ahí, les llaman las vueltas de la vida. Este tipo hablaba muy bien; pero ahora, así, no se le entiende nada. Este tipo se lucía: estos tipos siempre se lucen, saben estar donde se debe estar. Pero ahora... vomitando, o tratando de vomitar, esa espumaraja verdosa, incluso a mí me da un no sé qué: conmiseración, como se dice.

-Hay que tener conmiseración -dijo la vieja del puesto de frutas, cuando se armó ese follón en Londres. Este tipo fue a Londres a defender a Pinochet; nos sorprendió a todos, claro.

-Si a nosotros nos hacen comer mierda, es algo; pero si a estos tipos los hacen oler la mierda, eso, eso ya es más que algo -le escuché decir a un caballero. Para ese follón todos tenían algo que decir. Y ahora este tipo ahí retorciéndose. En fin, ya estoy casi por decir que es algo.

-Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión -eso dijo la gorda de la peluquería. Gorda jodida, esa gorda tiene sus cosas, se lo dijo a esos tipos de la tele; después supimos, claro, que al tipo que lo puso, y lo puso, porque yo vi a la gorda, es decir: todos la vimos en la tele diciendo eso: Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión, al tipo lo echaron; no lo invento yo, él mismo dijo que lo habían echado por eso; dijo que lo habían exonerado; como yo no sabía lo que es exonerado, pregunté qué era.

Intoxicado, eso parece, tratando de botar todo lo que uno tiene adentro; y parece que están todos igual. No sé lo que estará pasando en la casa patronal con los otros senadores; Juanito, el jardinero que cuida este lado que da a la playa, me dijo que el patrón tenía una fiesta de puros senadores. Tampoco sé, y no se me ocurre nada, ¿por qué este tipo agarró para este lado? Por instinto, a lo mejor.

Con Juanito, a veces, conversamos; a veces le gusta hablar; y a mí me gusta hacerlo hablar; yo le pregunto cosas; cosas que yo sé, cosas que yo he vivido, pero yo se las pregunto a él, para hacerlo hablar; nada más que para hacerlo hablar; claro, él ha visto más cosas de las que yo he vivido; y con el tiempo nos hemos hecho compinches; yo a este lado de la Pajarera y él desde adentro. La Pajarera, así le llamamos a esta parte de los jardines. A mí me toca, y por eso el patrón me da algo, recoger pájaros muertos, pájaros que se matan al chocar contra los vidrios y a Juanito le toca cuidar el jardín, y a veces limpiar los vidrios por dentro; yo los limpio por fuera. Todo el borde del Acantilado de los Enamorados está cercado por una gran pared de vidrio, un vidrio que el patrón trajo de Brasil, cada panel tiene un alto de tres metros por uno de ancho; y los enamorados, que se vienen por estos lados, a hacer sus cosas, a veces ensucian las rocas y lo peor, lo que no le gusta al patrón, escriben cosas por este lado de los vidrios. Escriben: ¿Dónde están los desaparecidos? Y cosas por el estilo. Y eso, claro, al patrón no le gusta. El es senador, y esa cosas les molestan a los senadores.

Pobre tipo, cómo se revuelca; del jardín ni hablar, lo están haciendo mierda, y Juanito que cuida tanto esas plantas raras que rodean la pagoda, esa como ruca araucana que el patrón la puso ahí para hacer, lo que haga, cuando quiere estar solo y tranquilo.

Desde aquí no veo con claridad lo que está pasando en la terraza o en el balcón, pero que de repente comenzó a pasar algo, de esos no me cabe duda; desde este lado no puedo oír los gritos de desesperación, ni siquiera con la oreja pegada a los vidrios se puede oír una conversación normal; con Juanito, para poder hablar, nos vamos a un rincón de la cerca, ahí, en esa como esquina del acantilado, por un canalito para el drenaje, para que se escurra el agua de riego, pasa mi voz y me llega la voz de Juanito, y también, de vez en cuando, alguna atención suya. Mientras observo al tipo que se retuerce, he pensado que podría mostrarle ese lugar para que me diga algo. Algo, algo, no sé qué...

Los otros, en verdad, no me importan, ni siquiera los conozco; los he visto, casi a todos, en la tele, diciendo sus cosas, haciendo sus discursos, mostrándose aquí y allá, para las inundaciones, para los terremotos; pero a éste sí; a éste sí lo conozco bien. El no se acuerda mí, pero yo sí de él. Por él me detuvieron a mí en 1973; y me pegaron y me torturaron, como se hacía entonces.

-Ahora que estamos rodeados, alguien tiene que sacrificarse, Resorte -me dijo el jefe del Aparato de Seguridad del partido. Me disculpo. Me da vergüenza. Cada vez es igual, cada vez que pienso en eso, me pregunto con vergüenza: ¿Cómo putas, cómo reputas, pude ser tan idiota? Es como para gritar a los cuatro vientos; pero me callo; la furia me ahoga, la furia no me deja respirar; me callo porque esos tipos, como el que está ahora, ahí, retorciéndose, se matan de la risa, se cuentan, entre ellos, babosadas, y se burlan de nosotros, por eso me callo; entre ellos se cuentan chistes, se hacen bromas con lo que a nosotros nos tocó vivir; se cuentan chistes de electrocutados, de torturados.

-Así son los senadores –me ha dicho Juanito, y me ha contado los chistes que se cuentan los senadores, los diputados, los amigos del patrón-. Cuando están borrachos, claro -me ha dicho-, y como ahora son todos amigos, ahora no es como antes; ahora se dicen sus cosas nomás, en la tele sobre todo; pero ahí: todos borrachos y empelotados: son lo mismo.

Juanito no sabe que yo estuve en el exilio; yo tampoco se lo he dicho; al tipo éste sí se lo dije. Lo encontré, un día, en la calle, y no me reconoció. Le recordé quién era yo y lo que había hecho por él, para que él pudiera salvar su grasiento culo cocacolero; pero él no se acordó. Le enumeré a todos los del Equipo de Seguridad y le recordé también a los otros compañeros, como nos llamábamos entonces, que habían muerto durante la tortura o los habían fusilado. Entonces él, el tipo éste, que ahora se retuerce ahí, y hace mierda el jardín del patrón, resumió la cosa así.

-Eran otros tiempos, Resorte.

Después me dio unas palmaditas en el brazo, así, así como que no quiere la cosa, y se fue. Se fue moviendo su grasiento culo cocacolero. Ya entonces le decíamos el Guatón, pero ahora da asco verlo. En verdad era uno de los guatones; guatones, panzones, ex seminaristas, había varios. No sé si todos tan abyectos como el tipo de ahí revolcándose, muriéndose; eso no lo sé. Le gustaba la bebida imperialista ésa; la bebida imperialista, así le decíamos; había que servírsela en unos jarros grandes, y las cajas: tenerlas escondidas: no las podía ver. Eso me gustaría ahora, que Juanito se rajara, se manifestara, digo yo, con una coca-cola. Juanito, para estas ocasiones, a veces, se raja con alguna cosita, alguna atención: restos de comida o una buena colección de colillas de cigarrillos.

Juanito tiene sus cosas, claro: le gusta oler y lamer los filtros manchados con lápiz labial de algunas damas. Damas de ambos sexos, me ha dicho. Así les ha llamado él. ¿Maricas, fletos?, le he preguntado yo. , me ha dicho él, pero mujeres.  

Pero ¿qué putas pasará allá, adentro? ¿Se estarán revolcando igual que el tipo éste? Por el ajetreo que hay, pareciera que sí. Me cuesta creer que todos se estén muriendo.

Y si yo pudiera hablar ahora con este tipo: ¿qué le diría? No puedo decirle, como antes, compañero; ahora se molestaría, claro. A Merone le dijeron cuando estaba en Francia, o en Alemania, creo, Compañero Merone. Y se enojó el tipo, después, como lacayo de un ministro, acá en Chile, recordó el suceso y se mandó un discurso de esos que no se sabe si está hablando un torturador, un abogado de los torturadores o uno de esos parlamentarios del 70 que pedían a gritos un golpe de Estado. Señor, no le diría de ninguna manera; porque estos tipos hace mucho tiempo que dejaron de ser señores. Si hubiese seguido en el seminario ahora tendría que decirle monseñor. Lo que no usaría por delicadeza, sería ese trato destemplado, imprudente, que Juanito me dio a mí cuando le toqué el brazo en el supermercado, bueno, cerca de la entrada del supermercado, esos almacenes que ahora les llaman supermercados, como en Europa.

-No me aule, gancho –me dijo y se fue, se fue a afirmar al otro lado de la camioneta, detrás de los tarros de basura. Yo me había dado cuenta que estaba esperando a la señorita Eulalia. (La señorita Eulalia es la cocinera del patrón, la cocinera y algo más, dicen. Juanito le tiene terror a la señorita Eulalia. La señorita Eulalia tiene pico, me ha dicho espantado. Y me ha dicho que es mala con los niños que vienen a ver al patrón, que los amarra, que juega con los niños, que los hace sufrir, y que les muestra su cosa, y que el patrón filma todo eso.)  Después me lo repitió,  cuando estábamos acá en los acantilados.

-¡Eh, gancho! Aquí podemos conversar. ¿Está claro? ¡Aquí! Pero en el supermercado o en la playa: no. ¿Me entiende? ¡Aquí solamente!

Eso fue hace tiempo, dos o tres veranos pasados. Para arreglar las cosas: yo lo invité a mi lugarcito. Le costó un poco seguirme. Si hubiese venido solo, claro, se mata; si se cae: se hace mierda en las rocas o se lo lleva la marea. No es fácil llegar a mi lugarcito. No es ninguna maravilla, pero ahí vivo yo.

-¿Dónde está la entrada de autos? –me preguntó, mirando el horizonte, mirando el mar de la Patria, el océano de Chile, como se le llama a esa cantidad de agua; y después, claro, nos matamos de la risa. Me preguntó eso y muchas otras cosas: cómo podía vivir en una cueva, por qué no traía un perro, cómo había traído todas las cosas que tengo; le llamó la atención la radio, y casi se puso a llorar mirando los libros-. Usté es educao, gancho; yo me doy cuenta- me dijo. Después me preguntó cómo y cuándo me habían hundido la frente y quebrado, deformado, los huesos de la cara. Le mentí, le dije que había sido cuando niño. No le dije que había sido en 1974, en una de esas casas secretas que tenían los amigos de su patrón, cuando estos senadores eran torturadores.   

Ya se hace tarde y ese pobre tipo ahí revolcándose; y aunque uno sea duro; duro, digo, duro, no hijodeputa, no hijodeputa cínico, cínico como un ministro o un diputado, algo le pasa a uno, aquí adentro, en la cabeza y en el pecho. Pero, ¿qué hago? Sacar al pobre tipo que está ahí, ¿para qué? Sacarlo y ayudarlo. Arriesgarme a entrar, que me sorprendan adentro y que después, por razones de Estado, si el tipo se muere, me culpen a mí. ¿Y si ayudo al tipo... y se salva? Y veinte años después, me lo encuentro en la calle y le pregunto se acuerda de mí...

Hay un lugar por donde podría entrar; pero no hay un lugar por donde poder sacar a un tipo tan mazacotudo. Pero si uno quiere, siempre puede. Podría curarlo con yerbitas, como me curo yo, pero eso requiere paciencia y disciplina.

Se está haciendo tarde y no sé qué hacer. Si viniera Juanito y él me dijera: ¡Eh, gancho, écheme una mano para ayudar al hombre! Entonces, claro, con todo gusto; hasta se me ocurrirían algunas de esas locuras que me hacen sentir bien. Pero claro, a Juanito no podría decirle a este hombre lo conozco. Le daría miedo, y él sabe por qué; Juanito le tiene terror a los amigos del patrón, sobre todo a esos que se les quema el arroz. Y hay unos cuantos.

-Son crueles los hijosdeputa -me ha contado-. Y cagados como ellos solos, mezquinos, en particular ése que hace pareja con el paco.

No le quise decir a Juanito que ése también fue compañero. Y que el paco me torturó cuando él era teniente de Carabineros. Ese paco fino y masón.

Pero claro, no puedo, por cortesía, poner a Juanito en una situación incómoda; él y su patrón, lo sé porque él me lo ha contado, tienen sus cosas: en los barcos del padre del patrón tuvieron a muchos presos políticos, que después los fueron a tirar mar adentro. Ahí también iban varios curas, de esos curas que les dio por meterse con los pobres. El patrón le ha dicho a Juanito que es mejor olvidar. Pero ni él ni el patrón olvidan. El patrón se confesaba con un obispo que ahora está en Roma; que ahora es cardenal, digo. Entonces las cosas andaban bien; el hombre ése sabía tener todo bajo control. El de ahora no, es demasiado bueno, demasiado blando, lo encuentra Juanito. Pero así, blando y bueno, ha dicho, con firmeza y temible crueldad, que no va a iniciar acciones judiciales por las muertes de los curas detenidos, torturados, asesinados y hechos desaparecer. Es el alma de los que dicen que es mejor olvidar, y que era mejor no autoflagelarse. Para él: pedir Justicia es autoflagelarse.

Me molesta pensar todo lo que pienso. ¿Cómo, en tan poco tiempo, en un abrir y cerrar de ojos, uno puede recordar tanta cochinada, tanta infamia? Voy a entrar, voy a ayudar al hijodeputa ése, antes que sea tarde. Que sea autocomplaciente, como lo es, como se les llama a los que encuentran que está todo bien y que es mejor olvidar, para el caso da lo mismo. En fin: no quiero arrepentirme de algo que no he hecho todavía. No importa que el hijodeputa después me diga Eran otros tiempos. Algo tengo que hacer, sin que me importe lo que hago, lo hago para poder dormir tranquilo y  poder hacer todo lo que hago, y para que esta mierda que tengo en la cabeza, conciencia, ética, moral, o qué se yo, no me impida vivir tranquilo. Algo voy a hacer, aunque sea sólo mirar a ese hijodeputa que se está jodiendo ahí, solo, botado, como perro. No es que él se merezca mi ayuda, sino que yo no puedo hacer otra cosa. Al fin y al cabo, me digo, mientras me meto por el canalito del drenaje, yo sólo soy un pordiosero, y no un maldito ministro o un hijodeputa diputado o senador, que para el caso, da lo mismo. Que se engañen los jueces y los obispos, a los que no les importa que haya todavía más de mil Presos Políticos Desaparecidos, a los que no les importa que haya hombres y mujeres, jóvenes y viejos, buscando huesos, buscando cadáveres, que otros no quieren decir dónde los enterraron, que otros no pueden decir nada, porque su propio miedo y su propio terror los ahoga, los hace ser cada vez más infames, cada vez más abyectos, y la confesión con curas y obispos no los tranquiliza, así como tampoco pueden vivir en sus casas enrejadas, y tienen miedo, incluso, hasta de su sombra. Yo no, yo voy a ayudar al pobre hijodeputa éste; aunque no haga más que cerrarle los ojos.

Las vueltas de la vida; todavía no he hecho nada, y ya comienzo a sentirme bien, en esta sociedad despreciable, de individuos aterrados, de cobardes y de consumidores compulsivos, que rezan y rezan y no le sirve de nada, mientras se engañan con su Piense positivo a la fuerza, con su nacionalismo y sus misas, que no les sirven ni siquiera para engañarse ellos mismos. Las vueltas de la vida; si otros se alejan de su espíritu, de su yo, o de lo que sea; yo, sin santos y sin cruces, con el horizonte como catedral, siento que me acerco a mi yo. No he hecho nada todavía, sólo estoy arrastrándome por el canalito, y ya comienzo a sentirme bien, ya estoy recuperando mi yo. Las vueltas de la vida; ya me están dando ganas de salvar al hijodeputa ése; sea como sea, haré lo que tenga que hacer. Si el amor al prójimo no pasa por sí mismo, es un engaño, dijo un sabio. Sentir que se puede, es un acto de soberbia, dijo otro. Eso me gusta; siempre me he sentido bien saliéndome de los moldes.     

 

 

 

 

 

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