POEMAS
Luis García Gil
PALABRAS PARA JULIO MARISCAL
(poemas premiados en el Certamen Rincón Poético convocado por el Ateneo de Sanlúcar de Barrameda y en el Premio Alcaraván de Arcos de la Frontera)
I
Tu silencioso café de media tarde,
la sombra del recuerdo que agrieta
las mejillas, la palabra partida,
la luna que murmura en la ventana,
los silbos perdidos, la tierra amada,
corrales de muertos sobre el mundo,
tu verso es alto y estalla y ruge
al amor perseguido, destronado,
se adentra en las alamedas, tiene
una fragancia turbia, un resquemor
inveterado, un inasible temblor
de secretos manchando las sabanas.
Tu ausencia escrita, caligrafiada,
la nada del viento posando el filo
de un cuchillo en tus ojos abiertos,
tu lengua arañando el espacio,
de tu pueblo encumbrado, barranco
poderoso que reza al infinito,
bañado en ocres, preñado de
ascensiones, de riscos y ternuras
que el paisaje te descubre, donde
es urgente el poema que eterniza
el ramal y el vuelo apresurado
del ave hacia lo alto y la novia
perdida en la desierta plaza
con la mirada ausente, volada
del mapa luminoso de los ojos.
II
Tu pueblo de espigas florecidas
y riscos aguerridos, barroco
en su forma de extenderse,
de abrir las manos hacia la tierra,
que te abre su aurora entre los dedos,
tu pueblo cantado por tus versos,
rompiendo la mudez nocturna
de la sierra, la ebriedad silente
de los montes con la luz encendida
del poeta, inmóvil en su rincón,
escribiendo, conjugando palabras,
abriendose, sangrando en derredor,
buscando el sentido de las cosas,
en medio de la lluvia, en medio
de la queja, en medio de todos
los olvidos y todas las derrotas.
III
Las estrellas desatadas que se enredan
al clamor de tu garganta malherida,
tu silueta de pájaro al acecho, de pájaro
sin trino, de pájaro sin cielo, llorando
la costumbre de verte en las palabras
que duelen, que se escapan de la risa,
de la fiesta, del canto desahogado.
Porque sangrabas amapolas y dejabas
tu cansancio antiguo sobre los campos,
y te derramabas en las azarosas cuestas
de tus calles, dejando ir tu paso
de equilibrista lentamente, con un
suspiro leve y un lamento terso
que enjuagaba su verdad en la fuente.
IV
Sabías del eco campesino, de la tarde
que convoca sonidos, que recupera
el corazón de los amantes, que acaricia
las plazas y acumula adjetivos.
Y nunca quisiste una ciudad agónica,
de tráfago, de humo, de cláxones
ardiendo y hombres empujándose
en el metro, más bien quisiste el aire
detenido de tu pueblo, el sol que
florecía en tus pestañas, tu verso
repartido en el perfil del viento.
Aunque otros te apuntaran con el dedo
y te dijeran cosas que no comprendías,
aunque sórdidos los alcahuetes implacables
te injuriaran desde su moral maldiciente.
aunque a veces tu café de media tarde
tuviera mucho de carcoma interminable,
de ojos clandestinos acusándote,
de amores que no sueltan amarras
cuando deben, que se callan y remuerden
la conciencia y marginan los besos,
aquellos besos que el recuerdo evocara
en medio de brisas juveniles, de hojas
otoñales, dulcemente caídas en la tierra.
V
Hoy evoco la niebla de tu puerto,
la última soleá de tu madrugada,
tu último café de media tarde,
tus últimos apuntes en la hoja,
hoy evoco tu despedida de la vida.
Hoy busco el barco de juguete
de tu infancia, las estaciones, los hilos
de la vida, los restos de tu amor
en los azules del día, y no quiero
pensar en la tragedia de los hombres.
Hoy tu verso retorna como savia,
y está tan lejana tu muerte y la última
tonada de las campanas, y lejano el jardín
del sueño profundo en el que habitas.
y más lejano el hombre perseguido, maniatado.
Hoy está cerca tu escritura, tu poema alado,
y puedo sentir tu verso alargándose
en la hoja con las manos abiertas a la vida.
ALFREDO ZITARROSA
A Alicia Oschendorff , de Cádiz a Montevideo, de sur a sur.
Su voz de sombra que supo del exilio,
de la milonga ausente, del olvido,
su voz sigue traspasando umbrales,
deteniéndose, creciendo, alumbrando
soledades, vibrando como un rayo,
como un seco zarpazo de palabras
que se afilan, que conmueven.
En Montevideo se escucha el rumor
de su canto, en la brisa, en el perfume
en la sacudida del invierno, su canto
persigue la vida y se adentra en el mar.
su voz de sombra, su milonga traspasada,
vivificada, su anhelo, su verso, su quiebro,
su adiós que todavía se escucha, que todavía
murmulla, estación de palabras que azuzan,
que riegan la tarde de esencias, de asombros.
Pasea su voz por boliches nocturnos, por
muchachas ajadas rodando por pasillos
de hotel con los labios marcados
y un furtivo lamento en los parpados,
su voz cobijada en la muchedumbre
que arriba a los puertos, marginados
que ahogan su fracaso en esquinas
perdidas, melancolía de copas bebidas
en largos naufragios, de muertes
calladas que alargan su mano,
de calles oscuras de roncos faroles
por donde se cruzan los miedos,
las dudas, los rostros vencidos,
el aire indeciso de un tiempo perdido.
Su voz de infancias retornadas, de recreos,
de juegos, de adolescencias idas, azules
como el cielo, de amores primerizos,
su voz que es suburbio y es jazmín,
y es caricia aliviando el llanto,
y es copa transida de alcohol y de rabia,
violin del Becho entregando el misterioso
acento de una melodía triste, rota,
que parece deshacerse de pura levedad,,
su voz arrimada al corazon cansado,
que tiembla con su memoria dulce,
con el largo recuerdo de una piel
vecina, de una larga melena cruzando
el océano de la noche, espejo de la vida.
Y el Loco Antonio que repite su historia,
y Montevideo que es un susurro herido,
un viento que emerge y devuelve
su aliento, una voz que se arrastra,
que remansa el bullicio de las sombras.
Voz que gira, que se exilia, que se rompe,
voz de un cantor rasgando las cuerdas
de la guitarra plantada en medio de la vida,
voz que llega desde algún lado,
como un eco triste, como un relente
extraño, dejándonos su poso, su huella,
su albor, su cadencia, su trino, su estrella.
EVOCANDO A ANTOINE DOINEL
Para el poeta cubano José Pérez Olivares por el cine compartido.
Para Jean Pierre Leaud.
Ha llegado, Antoine Doinel,
hasta el mar de la vida tu paso,
y el mar que es sabio te ha revelado
todos los secretos, tus ojos han
vaciado la alforja dolorosa
del recuerdo, de orfandades
que duelen y tristes travesías,
de galopes de humo arañando
el corazón de las palabras.
Y han callado todas las sombras
de la vida cuando te has erguido
ante el mar, entre olas que te han
abrazado y gaviotas que intuyes
en ese horizonte nuevo para ti,
donde no hay cárceles tempranas
que asolan la infancia, ni raudos
latigazos estallando en el alba.
Yo sigo, Antoine, tus nocturnas
huellas por la arena, sigo el rastro
tibio de tu infancia, sigo tus señales,
tus lecturas ebrias, tu Balzac secreto
iluminando un mundo sórdido y cruel.
Yo estoy en la acera en la que tu ala
partida se reflejaba, y busco la señal
de tus zapatos, tus caminatas largas,
tu huida de los maltrechos espacios,
del cariño negado, del odio repartido.
yo sigo, Antoine, el carrusel de tus pasos,
la deriva de tus ojos, y busco ese cauce
silencioso del río por tus manos juveniles.
Lo que no sé decirte, Antoine, es que el mar
al que has llegado no es la libertad ni el reino
que buscas, más bien es el último enemigo
que te mira implacable desde su retaguardia.