"PRIMERO LAS DAMAS"

José Luna Borge

El encargado del bar del hotel Bristol un día
en Viena le comparó con el conde Adalbert
Sternberg, conocido bebedor, y ese era
el mejor halago que se le podía hacer
a un austríaco galiciano que había dicho
que "la primera osadía de emprender
una novela me la provocó
un buen aguardiente".
                                       Tenía todo
lo necesario para convertirse en leyenda:
peligrosa vida pública, puntos de vista
iconoclastas y una irrefrenable inclinación
a declamar patéticas bufonadas para
la galería.
"No me dan nada de beber,
ni siquiera leche. Me muero de sed. Empiezo
a tener fiebre", decía cuando le ingresaron,
contra su voluntad, en el hospital.
                                                   Conocido
era su miedo a estas instituciones: "Uno no se cura
en hospitales extranjeros", repetía
con frecuencia, él, que durante toda su vida
había sido un fugitivo voluntario, acaso
porque lo fue su padre y lo llevaba en la sangre.
Huyó de su familia, la guerra lo apartó
de los estudios de germanística, dejó
Viena porque no le ofrecía oportunidad alguna
para sobrevivir y así empezaron los viajes,
pasión que nunca le defraudaría.
Le atraía el simple hecho de viajar
porque para él estar en cualquier parte, en ninguna
parte incluso, era preferible a estar en casa.
Apátrida a pesar suyo, los viajes
fueron su segunda manera de embriagarse.
                                                                 La huida
permanente se convirtió en la verdadera patria
de este judío borracho y mentiroso:
veinte años en Galitzia, cinco en Viena,
después Berlín y allí comenzó la vida
nómada por un devastado continente.
Llegó a París, último refugio europeo libre
del fascismo: Hotel de la Poste, cerca
de los jardines del Luxemburgo.
                                                 Madame
Alazard, su fiel patrona, siempre le ponía
una copa en su mesa habitual del salón donde
trabajaba y recibía a los amigos, apátridas
austríacos, casi todos, emigrantes sin dinero
y mantenía reuniones clandestinas
con los monárquicos en el exilio.
                                                   Jamás
se escribieron páginas de las calles de París
como las suyas y nadie nunca supo tanto
de la gente de frontera.
                                       Egocéntrico
y generoso vagabundo que vive de préstamos
solicitados con arrogancia y se prodiga
en ayudas a las víctimas de la tragedia.

No se cantó misa, ni se rezó Kaddisch,
su entierro fue una rara ceremonia
disputada por católicos y judíos.
Aquel 27 de mayo de 1939,
a las 5,45 de la mañana, en el hospital
Necker, hospital de los pobres, moría solo,
amarrado con correas a una cama miserable,
entre los desvaríos de un delirium tremens
agravado por la falta de acohol que los médicos
le negaron a este buen bebedor.
"Quelque chose pour commencer, monsieur", le preguntaba
el camarero de un pequeño restaurante:
"Je ne commence pas", respondió, "Yo ya no tengo
nada que empezar, estoy acabado".
Al subir a la ambulancia que le llevaría
al hospital, se apartó de pronto, con trémula
galantería, para ceder el paso a Madame
Alazard, dueña del Cafe Tournon, y a Friederike Zweig,
ex mujer de Stefan Zweig, que le acompañaron
en el viaje: "Primero las damas", dijo cortés.
Estas fueron sus últimas palabras.

Amigos, amantes -Andrea Manga Bell, la mulata
con la que viviera años felices, si bien turbulentos-
-Friederike Zweig, la "hiena caritativa", que diría
el más fiel de sus amigos, Soma Morgenstern,
borrachos a los que alguna vez ayudara,
monárquicos legitimistas desheredados
de un imperio imposible.
                                       Capellanes
y canónigos intrigantes... acompañaron
al cementerio pobre de Thiais a Joseph Roth.

                                                                                              

Joseph Roth (en el centro) en el Cafe Tournon, de París,con Zils y el escritor Soma Morgenstern en 1938.

 

 

 

 

 

 

 

Boceto de Roth.  Noviembre de 1938. El novelista le añadió el comentario:"Este soy realmente yo: sucio, borracho, pero lúcido".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tumba de Joseph Roth en el cementerio pobre de Thiais en París.

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