ANIMAÑAS

José Antonio Ramírez Lozano

 

 

EL TOSÍTORO

 

La debilidad, como condición misma de su existencia, contribuyó sin duda a la extinción de esta ave nórdica. Sepan que el tosítoro es ave sin alas y, con todo, nada le impide volar si no es su propia salud. Con un cuerpecito mínimo y plumón, blanquísimo, el tosítoro saca fuerza y empuje de su propia tos, de manera que, aprovechando la propulsión de sus continuos estornudos, zigzaguea los cielos suecos en miles de bandadas constipaderas como si cientos de pañuelitos blancos. Bien es verdad que, con el verano y sus templanzas, su mejoría les impide moverse y han de permanecer inválidos en los nidos, fáciles a la mano del furtivo. A don Sisenando Torres, cuando yo pequeño, le trajo un sueco un tosítoro en su jaulita. Y será el cambio de climas que el avecilla cogió un resfriado tal que en modo alguno acertaba a controlar el vuelo. Ese, por cierto, fue su fin, porque bastó un estornudazo por sorpresa para que el tosítoro viniera a dar contra la pared de la iglesia. Su copito de sangre destripada apenas si dio para manchar la letra "i" minúscula y dorada de Jiménez, de Diego Murtas Jiménez, uno de los dieciseis caídos que rezan en la lápida.

 

 

EL PALIDERMO

 

En la jungla de Tabar, el conquistador Diego de Antúnez descubrió un descomunal cuadrúpedo que los indios Wasis llamaban palidermo. Tenía musculosas patas, tórax robusto y cola y crines verdosas y florecidas. Según los indios era mitad animal y mitad arbusto. Jamás se apartaban del agua ni paraban de trotar por temor a enraizarse para siempre. Lo asombroso, en verdad, de los palidermos es que eran inmunes al fuego y podían atravesar tan frescos las barreras del mayor incendio selvático. Para cazarlos, bastaba con ahuyentarlos de las riberas de sus lagos hacia las zonas secas y rocosas. El palidermo perdía entonces humedad y comenzaba a deshacerse en mil raicillas que sorbían desesperadamente el subsuelo, al tiempo que su corpachón se tornaba rígido, todo de carne seca de madera que acababa inmovilizándolo. Los Wasis acudían y lo aserraban en piezas de madera que luego vendían para fabricar cachimbas. El creciente aumento de fumadores en el pasado siglo mermó su número y hoy son ya escasas las cachimbas. Aunque hay quien opina que fueron los americanos quienes acabaron con ellos, enviándoles un barco con más de un millón de larvas de carcoma. Todo por restar competencia a sus cigarrillos emboquillados.

 

 

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