POEMAS
del
Capitán Don Francisco de las Dunas
EL HOLANDÉS DORMIDO Esta noche el mar construye un palacio de viento y frío. En todos los salones suenan relojes de arena que dan la hora infinita. En las ventanas oscuras se estrella la lluvia espesa de poniente y junto a la gran chimenea apagada dormita el holandés errante con un gran delfín negro tendido a sus pies.
El Portil. Febrero. 1998.
CIELO Son de otra manera las estrellas cuando la noche cierra el horizonte como una oscura puerta de clausurado castillo sólo de sí sombra inmensa, en agua y viento espumantes batidas sus piedras. Luminarias de constelaciones alumbran sus estancias con racimos lívidos de teas, candiles de cuarzo, trigonometría de luciérnagas, vacilantes linternas, cenit y nadir condecorados de diademas. Orión, Altaír, Alciones, Osa, Carro, Casiopea. La sangre de los mitos del cielo chorrea. Se escriben rumbos ciertos desde dudosas leyendas. El firmamento diseña con letra pequeña mapas de cielo donde cabe toda la mar océana.
El Portil. Abril. 1998.
DALE TU NOMBRE A UNA ESTRELLA Cuando en el cielo el azul clarea y en el mediodía se alzan los ojos buscando más luz, más azul, y sólo aparece el lienzo de ningunanada, la lividez, no te enfurezcas con las raídas garras del león en invierno, no te desmorones quedamente sobre el pedestal como las vetustas estatuas, los bustos de los héroes muertos, no llores nunca, nunca, como el anciano pobre que pide un pitillo o una sopa. Cuando en el cielo el azul clarea iluminado de un soplo intencionado, derrama toda tu alma sobre tus huellas de fiera herida y álzate en la ocasión dispuesta. Coloca con todo tu ser una estrella en el pasaje de los astros marchitos y que su resplandor inunde todo el vacío que dejó el naufragio. Dale adoración y liturgia, dale tu alma, dale tu nombre a esa estrella. Fabrica con ella sueños y aventuras, vive de nuevo desde esa nueva patria, nada temas, el pasado azul se llevó remordimientos y cautelas, cánones y razones. Ahora la muerte está más cerca y así es más fácil la osadía y el riesgo, arrebatar la libertad y ya no mucho que perder a cambio.
Abril. 2000.
LA LUNA GRANDE DE NOVIEMBRE La luna de noviembre que era grande ya es chica y noviembre es menos días. Como los hombres, cada momento mueren lirios y alcaravanes, la naturaleza se llena de esqueletos de obras hermosas y el pensamiento es una dócil sepultura de tantas invenciones de su apetito. Siempre nos hablaron del amor pero nunca de su desenlace. Siempre nos hablaron de libertad pero nunca de para qué sirve. Mientras todo esto sucede nosotros vamos sucediendo cada vez menos, y corre más deprisa el fin de los pensamientos que el pensamiento mismo. Parece que fue hace muy poco cuando la luna de noviembre, grande y única, convocaba ceremonias en su auspicio. Los ensueños de la imaginación también mueren y son terribles muertos jovencísimos a los que nadie llevará las flores de piedad por lo que alguna vez fueron con nosotros. Sus fantasmas son de nonatos, como de cascarones o de imbéciles, como de raíces de flores que nunca fueron flores ni bellas. La luna de noviembre ya es en el cielo la pavesa tenue de un cirio de ceremonia en el frío nocturnal de un banquete finalizado en el que no hubo comensales, ni padrinos ni oraciones. En su agonía sobre las paredes encaladas y los almendros arrastra la melancolía inconsciente de los libros sin leer, de los dólmenes sin enterramientos, de los trenes vacíos, de los veleros sin viento, del alba pesada y amarga, de las noches sin sentido, ni compañía ni sueño.
( De "El Sur")