POEMAS

de

María Antonia Blesa Herrera

 

Tarde, anodino entramado de grises y silencios deslizado hacia la noche. Por fuerza, por razón inexcusable e invencible gira todo y nosotros con todo hacia el involuntario sueño. Resuelto allí el pez de cien colores golpeará su cola contra el herido rostro (rosa roja del sueño, clavos para el afán que allí se entrega, desierto de agua que vence al alma en un instante: el más largo, el más ancho y secreto) y en profundas aguas llevados aquí o allá por azarosas corrientes feroces nadadores sin conciencia seremos: y quizás más nosotros y menos nuestros. Más nosotros, siempre una rendición, siempre un no saber es el secreto y el secreto se ensancha como el reino del otro mejor llamarlo amigo que enemigo si una vez más en sólo unos instantes entregaremos alma y sentido.

(De Supón que soy Tomás de Aquino)

 

 

 

 

Caí desesperadamente sobre el mundo.
Caí sobre él como una sombra,
un obstinado pensamiento
dispuesto a ser a expensas de todo
materia, forma de lo intangible.
Permanezco así en ese hábito de lo imposible.
A veces la luz me sobrecoge.
Me sobrecoge mi pureza después de tantos siglos
mientras el ocio
y la ausencia de sentido me consumen.

(De Supón que soy Tomás de Aquino)

 

 

 

 

Día a día
24 de Marzo

Amor de mi vida: mediodía
prendida a ti me quedaría eternamente
comiendo de tus frutos
bebiendo de tu agua
trepando por las combas carísimas del aire.

Y así me moriría
por no mentir del mundo
por no decir palabra en contra de sus fuentes.
Aterrada en la cueva:
que dos horas separan de este instante,
sumergida ya toda de nuevo en la memoria

(De Supón que soy Tomás de Aquino)

 

 

 

 

Hoy, a veinte del mes de julio de mil novecientos noventa y entrada la tarde con sofocado aspaviento en oros y agua azul sulfato, nadadora de fondo de robusto tronco, amor de mi vida: mediodía.

(De Supón que soy Tomás de Aquino)

 

 

 

 

Se acabó esta playa
los cruces inquietantes de la luz y el agua en sus orillas
las bandadas de pájaros
y el viento que la cruza
cuyo nombre no sé y no invento y no nombro
y lo muerdo en la lengua como Dios debió morder el mundo y callarlo
y tragarlo
si hubiese en Dios voluntad de creador.
Se acabó.
Entro en la choza mal tejida de cañas y
maderas podridas y tiras de piel de peces muertos.
Mi espalda hace de puerta, cierra el hueco por el que entré,
extiendo la manta en el suelo y pongo a hervir la menta.
Siento,
siento esto y todo lo demás como necesario.

(De Num el Creador)

 

 

 

 

Es cierto que mi memoria es débil y aún debiera serlo más para esta implacable tarea de vivir, pero aún recuerdo cosa tan inútil como el número de un teléfono cuando del otro lado no hay ya nadie. Nadie real, es decir nadie con sentido, que trace un puente de voces por el aire entre un extremo y otro de este negro río que nos cruza. Río madre, río que desmenuza carne del corazón para sus peces.

    Es cierto que mi memoria es débil y aún debiera serlo más para esta implacable tarea de vivir, pero aún recuerdo cosa tan inútil como el número de un teléfono cuando del otro lado no hay ya nadie. ¡Oh, sí!, puedo oír voces, voces que replican ¿quién? ¿dígame? Y al final "se ha confundido"… Sí, sin duda me he confundido, del otro lado, ya nadie real, nadie con sentido, nadie armado de su arco y su flecha, nadie con brazo suficientemente fuerte para lanzar una piedra, una concha, una rama de naranjo… y dar signo de vida. Nadie con una cuerda suficientemente larga y bien trenzada como para saltar de una orilla a otra de este negro río que nos cruza, río madre, río que desmenuza carne del corazón para sus peces. No, no me he confundido, quiero sentir la escarcha invisible, oír el silencio abismal de este reino fronterizo de ese gesto imposible que nos separa de lo que fuimos. Es fácil, pues, descender al hades: 612977, comprobar la naturaleza espectral y hostil de lo que amamos; pero es difícil comprendernos y aún más querernos desposeídos ya de nuestra propia sangre por el mero oficio de sobrevivirnos. Quizá la eternidad nos guarde enteros y, como un relámpago, quizá nuestra propia alma nos caiga encima un día y nos consuma, nos exima de esta larga cruzada en tierra propia, de esta despiadada destreza en el olvido.

(De El barco pirata)

 

 

 

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