DON QUIJOTE Y LOLITA

o

LA SERENATA DE ALTISIDORA

Ricardo Bada

 

A Mónica y Rafael Humberto Moreno Durán

 

Todos quienes hemos leído y releído Don Quijote de la Mancha, todos, tenemos alguna historia muy personal, o muchas, que contar al respecto. Una de las mías es la siguiente:

El domingo 9 de enero del 2000 recibí aquí, en mi casa de Colonia, en Alemania, una llamada telefónica de David Graham, un compositor inglés que reside en Bonn. Resumo brevemente lo que me dijo: Bajo los auspicios de la UNESCO, un grupo de países europeos apoya en el terreno cultural a Cuba a través del Festival Musical de Camagüey, de ritmo bianual. El primero se celebró en 1998, el siguiente debía celebrarse el próximo mes de julio, y en esta segunda edición se pensaba llevar a cabo un homenaje a Don Quijote, escenificando una ópera de dos horas divididas en seis escenas de unos veinte minutos cada una, y cada una de ellas basada en un episodio del libro de Cervantes.

Seis compositores y otros tantos libretistas se habían hecho cargo de las escenas. Y resulta que el libretista de Graham, un escritor e hispanista italiano, lo acababa de dejar literalmente en la estacada, en el último minuto. David Graham necesitaba un autor que hasta el 31 de enero le tuviese listo un libreto, y el narrador y musicólogo peruano Julio Mendívil, a quien se dirigió en Colonia en busca de ayuda, le dio mi nombre y mi teléfono. ¿Podría interesarme el proyecto, y en caso de que sí, tendría tiempo para escribir ese libreto en unas condiciones tan acuciosas, querría hacerlo sin ni siquiera estar asegurada todavía la financiación de la empresa?

Confieso que mi reacción espontánea fue decir que sí, por dos motivos: porque soy un lector asiduo y apasionado de Don Quijote (casi no pasa un día sin que lea alguna página suya), y porque nunca había recibido el encargo de escribir el libreto de una ópera. Confieso asimismo que instintivamente elegí ya, mientras conversaba con David Graham, cuál era el episodio quijotesco del que me gustaría ocuparme: el donoso escrutinio de los libros que llevan a cabo el cura y el barbero en el capítulo sexto. Pero ¡ay!, tanto éste como los de la cueva de Montesinos, la noche de Maritornes, el abigarrado capítulo 58 de la segunda parte (las imágenes de los santos, la Arcadia y los toros) y la muerte del ingenioso hidalgo..., eran golosinas que ya estaban repartidas a los demás libretistas. La que me correspondía era la serenata de Altisidora. Aunque desde luego, y dadas las condiciones en que yo aceptaría el encargo, David Graham me dijo que el tal episodio lo podía sustituir por cualquier otro al que yo pensara sacarle mejor jugo.

Pero la historia de Altisidora, si bien no se contaba (digo bien: contaba) entre mis peripecias favoritas del libro, me ofrecía por lo menos una facilidad: en ella hay no una, sino dos serenatas, la de la joven doncella al caballero y la de Don Quijote a la joven, a más de un concierto de cencerros y gatos para concluir la segunda. O sea: bastantes elementos musicales y acústicos. Y estoy seguro de que el libretista italiano había elegido ese episodio basándose justamente en tales premisas. Lo que no me convencía era su presupuesto de que "la viola teje una red imposible entre [los protagonistas], su incapacidad para comunicarse queda enfatizada por el hecho de que Don Quijote canta en español y Altisidora en italiano"*. De inmediato rechacé semejante disparate: es más, de inmediato decidí que Altisidora debería cantar una serenata compuesta de fandangos, como suelen ser las rondas de la noche de San Juan en Alosno, el 24 de junio, en mi andaluza provincia de Huelva. Nada más natural que hacerlo así tratándose de una persona joven y enquistada en las costumbres populares. Y ese fandango, además, debería ser en la partitura de David Graham una transcripción belcantística del de Pérez de Guzmán, que es el que más exije al cantaor. Así se luciría la mezzosoprano, compensando con la voz la evidente diferencia de edad que de cierto habría entre la suya propia y los sólo catorce años y tres meses que confiesa tener Altisidora.

El libreto lo escribí en menos de diez días y quedé muy contento con él. Era el primer trabajo que empezaba y concluía estando ya jubilosamente prejubilado, desde el 31.12.1999, y creo que el resultado valió la pena. Pero lo que más me vale la pena es el descubrimiento en profundidad del tema de Altisidora. La Lolita de Don Quijote.

Una ópera de veinte minutos es poco o nada en relación con el partido que se le puede sacar a este personaje que aparece por primera vez en el capítulo 44 (el de su serenata) y que le sigue rondando en la cabeza al ingenioso hidalgo todavía catorce capítulos después, en un diálogo con Sancho Panza ya lejos del palacio de los duques. Aun cuando se trata de una figura secundaria, encuentro en Altisidora algo así como reminiscencias de la Desdémona seducida por los relatos de Otelo. Para empezar, y aunque Cervantes hable expresamente de las burlas y las bromas que las damas del palacio le gastan a Don Quijote, lo cierto es que Altisidora bien pudiera, sí, estar enamorada del caballero. Y si no enamorada, al menos encandilada por él. Es más, aprovecharía esas mismas bromas para podérselo "comunicar" sin que los otros se den cuenta, comportamiento bien lógico en quien no quiere quedar en ridículo ante el grupo al que pertenece, pero al mismo tiempo tiene conciencia clara de sus sentimientos y no reniega de ellos.

Hay un momento muy concreto en el cual Altisidora le dice cosas a Don Quijote que no parecen ser dichas en absoluto como broma, y es cuando le restaña las heridas que le han inferido los gatos (final del capítulo 46): “Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro” (las cursivas son mías..., ¡una precisión estúpida, pues que en el siglo XVII no se estilaba esta manera de subrayar!).

Y hay otro momento también muy concreto, el de la despedida entre el Caballero de la Triste Figura y la donosa cantante de serenatas (capítulo 57), en el que bien parece que Altisidora quisiera retenerlo con un señuelo sexual, cuando lo acusa de haberla robado tres pañuelos de cabeza** "y unas ligas (de unas piernas/que al mármol puro se igualan/en lisas) blancas y negras"***. En cuanto al caballero, está bastante claro que la "discreta y desenvuelta" joven le ha dejado una impresión duradera: en el capítulo 58 Don Quijote asegura que la declaración de sus deseos por Altisidora engendró en su pecho "antes confusión que lástima", y más luego, al quedarse enganchado en las redes arcádicas, teme que ello pueda ser "venganza de la rigurosidad que con Altisidora he tenido". La joven, sin embargo, por el alto designio de la locura que lo abrasa, quedará para él como un sueño imposible.

Basándome en estas ideas escribí el libreto, y no creo equivocarme mucho conjeturando que la inquina de Nabokov contra Don Quijote proviene de una para él dolorosa certeza: la de que Cervantes se le adelantó en vislumbrar el gran tema de las relaciones de un hombre maduro con una nínfula. Y si quieren comprobarlo, nada más saludable y provechoso que repasar (una vez más, y siempre serán pocas) los correspondientes capítulos  de Don Quijote.

 

 

NOTAS

 

*  Párrafo aparte acerca de la "incomunicación" : Es un concepto que he llegado a detestar, además de que me hastía y hasta casi me provoca arcadas, como el tan manoseado de la "identidad". Tengo la convicción de que ambos actúan tan sólo, 1°: como coartadas de la incapacidad de expresión de los presuntos artistas que los invocan; y 2°: como excusa para programar congresos y simposios sobre un tema inventado por los ociosos que viven de ese cuento.

 

**  Según Martín de Riquer, los "tocadores" del original cervantino serían "gorros de dormir". Prefiero sin embargo la acepción del Diccionario de Autoridades: "el paño con que se rodea la cabeza, y cubre en forma de un gorro".

 

***   El paréntesis no consta en el original cervantino, y Clemencín califica esta sucesión aparentemente incoherente o disparatada de adjetivos como una "bufonada, que deja patente en Altisidora la intención de burlarse". Pero el paréntesis intercalado por  Martín de Riquer no sólo me parece acertado porque sí le da sentido y señuelo a la cuarteta, sino también porque no debemos olvidar que en materia de construcción gramatical a don Miguel se le iba muchas veces el santo al cielo: recordemos nada más el famoso ejemplo "pidió las llaves a la sobrina del aposento".

 

 

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