PRESENTACIÓN

 

Hace ya mucho tiempo, setiembre era un mes de melancolías confortantes, el descanso al fin tras las carreras desbocadas del estío, tiempo para leer cosas adquiridas en librerías de viejo o escuchar música de jazz muy cadenciosa, momento de pasear con jersey de cuello vuelto por los primeros vientos y lluvias de una playa ya desierta añorando los amores del verano. Recorría las calles poco antes transitadas por bulliciosos veraneantes. Solitarias, apagada la música de las fiestas nocturnas, sus chalets vacíos producían en mí un sentimiento ambiguo que cabalgaba entre el esplín y la belleza. No sé qué tipo de fantasmas las habitaban y probablemente me moriré sin saberlo. Comenzaba a buscar el sitio en el que me quedaría en la ciudad durante el siguiente curso y a hacer, sin ganas, las maletas. Al fin, partía una mañana con extraña desazón interior, dejando atrás los gritos de las gaviotas y el murmullo del mar que se apagaba poco a poco. Ahora, tantos años después, soy yo uno de esos fantasmas que quedan en las casas solas, junto a la glorieta. Fantasma, desde el otro lado del espejo sigo sin comprender y amando el misterio que envuelve la costa cuando el otoño entra, prometiendo borrascas y luces propicias a las criaturas de la imaginación. Y en tan favorable tesitura, abro la ventana, echo un vistazo al atardecer salpicado de cirros y acometo la décima entrega.

 

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