No es la primera vez que esta revista aparece y creo que, si no imprescindible, tal vez sea conveniente comenzar la primera presentación de su cuarta época haciendo un poco de historia. 

"El fantasma de la glorieta" empezó siendo el suplemento literario de un periódico de Huelva. Lo inventé en julio de 1983 y, desde esa fecha, lo dirigí y diseñé una vez por semana hasta la desaparición del diario que lo acogía, "Odiel" se llamaba, el 29 de abril de 1984. Poco después se abría un nuevo rotativo en la capital onubense, "La noticia". Su director me llamó para que continuase mi proyecto en sus páginas. Y así, el fantasma volvió a aparecerse, también de sábado a sábado, entre el 24 de octubre de 1984 y el 28 de abril de 1985, fecha en la que también ese periódico sucumbió.

Había dado por terminada definitivamente la existencia de este espectro de las letras cuando, antes de que acabase el año, se me ofreció una tercera oportunidad. La diputación de Huelva estaba dispuesta a financiarme unas hojas literarias que llevarían, una vez más, ese nombre: "El fantasma de la glorieta". Esta fase, en la que la revista tuvo una periodicidad irregular, duró desde el año 1985 a 1988 y en ella cupieron diez números.

De la gente que colaboró a lo largo de estas tres etapas sólo diré que fueron cientos y que entre ellos figuraron firmas conocidas, como Fernando Quiñones o Rafael Pérez Estrada, que no por conocidas tienen por qué ser las mejores. También hubo gente completamente desconocida y que hoy ya no lo es tanto, aunque tampoco por eso tienen por qué ser los mejores. Si alguna virtud tuvo el fantasma, y va a procurar seguir teniéndola, fue la ecuanimidad y su olímpica indiferencia ante el criterio de autoridad que, si bien en otros tiempos pudo tener su sentido, tan poco fiable es en los días que corren.

Del "Fantasma de la glorieta" se dijo, en un libro titulado "Los suplementos literarios en el país", que era el único dedicado mayoritariamente, si no por completo, a textos de creación. Esto continuará siendo así, aunque ello no impida que también se publiquen otros que, sin ser puramente imaginativos, estén relacionados con la literatura. De hecho, en este primer número se incluyen un par de ellos de esas características. El criterio será, sólo, que los textos sean interesantes. Quien quiera colaborar puede escribir al e-mail que figura en la parte inferior de la página de inicio. En todos los casos se responderá comunicando la decisión tomada.

Tal vez alguien se pregunte por el motivo del nombre que le di a la publicación. En principio, se debió a una mezcla de razones estéticas y sentimentales. Lo explicaré brevemente. Cuando estaba pensando cómo llamaría al suplemento literario que iba a hacer, buscaba un nombre que reflejara la belleza en la ciudad en la que aquellas hojas nacían. Poco quedaba de hermoso ya en esa población castigada por las industrias químicas y por un urbanismo que se estaba renovando a pasos acelerados con una tendencia cada vez más acentuada hacia lo feo. Pero lo más chocante es que Huelva podría ser una de las ciudades más bellas de España, por el contexto natural en el que está, absolutamente privilegiado, y por las pequeñas herencias que en ella han ido dejando las culturas que por allí pasaron. Herencias que han sido despreciadas por nuestros contemporáneos, con los resultados que cualquier sufrido viajero puede comprobar en la actualidad. ¿Qué quedaba de hermoso, pues, en Huelva, cuando comencé a hacer el suplemento literario? Nada, tal vez el recuerdo de lo antiguo, su fantasma. Y junto a la ría hubo, en tiempos, una glorieta, una de esas construcciones decimonónicas de hierro forjado, con aire  romántico, que servían para protegerse del sol o de la lluvia. Decidí elegirla como símbolo de la belleza perdida y al unirla a la palabra fantasma me pareció que evocaba eso y, al mismo tiempo, sugería una escena de tintes literarios muy a tono con el proyecto. Además, el nombre resultaba bonito. Con el tiempo, y al filo de los infaustos acontecimientos que lo acompañaron en su historia, fue adquiriendo connotaciones inesperadas que el lector ya podrá imaginar. En fin, no faltó quien hiciera la lectura chusca que se puede deducir si tomamos glorieta como diminutivo de gloria (literaria en este caso, claro).

¿Por qué trece años después de la última aparición del fantasma como revista (pues su sello ha seguido figurando hasta ahora en una colección de libros de narrativa) me empeño en resucitar a este ectoplasma que ya debe de apestar a pesar de estar hecho de la materia sutil de la imaginación? Será que estoy viejo y me pueden antiguas y malsanas nostalgias. O será que debe ser así, ya que es. Porque, como reza un dicho popular inspirado en un vetusto axioma filosófico (el principio de contradicción de Aristóteles) o, tal vez, viceversa, "Lo que es, es. Y lo que no es, no es". Hasta aquí, vale. O, al menos, vale para mí. Pero ¿por qué en internet? Hay varias razones para ello y voy a intentar exponerlas con todo el orden y coherencia de los que soy capaz. La primera, y más importante, es simple. No tengo dinero para imprimirlo en papel. Ni nadie, institución oficial, empresa privada o persona, que me lo financie. No hay en mí una especial querencia por el formato digital y, aún menos, por el medio "internético". Pero las cosas son así. No dispongo de pasta e internet, con sus páginas personales, me ofrece la ocasión de publicar lo que yo quiera sin desembolsar un duro más de los que pago por mi conexión acostumbrada.

Pasemos ahora, sin abandonar la lista de razones prometida, que aquí mismo se implican, a considerar las desventajas y ventajas (por ese orden) de editar literatura en la "tela de araña", como se le ha llamado. Desventajas: 1) La tremenda cantidad de páginas web que circula por el mundo supone que la información expuesta se diluirá en ese proceloso océano, con la subsiguiente disminución de la operatividad comunicativa (pero ¡ojo! que precisamente este defecto está relacionado, yo diría que hasta "místicamente entrañado", con la mayor de sus virtudes). 2) La costumbre, perfectamente (y hasta comprensiblemente) arraigada en los lectores habituales de textos literarios, a consumar y consumir su vicio sobre soporte de celulosa, conlleva en ellos una reticencia, incluso un absoluto rechazo, ante las manifestaciones literarias que flotan en la red. A veces, se trata de una actitud romántica que yo comparto plenamente. Una defensa de los libros impresos, con su olor, su tacto, con su valor como fetiches, esos objetos que nos acompañan sin protesta ni queja, a la cama o al retrete... ¡Sí! ¡Llevan toda la razón! Pero mucho me temo que, en un plazo más o menos largo de tiempo, van a tener que agachar la cabeza ante la evidencia como lo hicieron los contemporáneos de Gutenberg. O tempora, o mores! Pero, en fin, eso es lo que hay. Para duelo y quebranto de las editoriales y de todos aquellos que basan su beneficio pecuniario en ese proceso que comienza con la tala de bosques y culmina en los escaparates de las grandes superficies y, cada vez menos, de las librerías tradicionales. Pero no hay cuidado, que ya se estarán ocupando ellos (siempre lo han hecho) de amoldarse a las circunstancias que les plantea la gran araña. Y si no, esperad y veréis.  3) ¿Más desventajas? Sí. Más. Por ejemplo, la incomodidad que supone, hoy por hoy, para el lector. Leer ante un ordenador no es lo mismo que repantigarse en el sofá con un libro entre las manos. Eso es verdad. Y quien lo plantee lleva más razón que un santo. Al menos por ahora. Tal vez cuando esta página se publique ya habrá cacharros (ya los hay, aunque a precios no demasiado asequibles) que permitan leer un texto literario sacado de la red cómodamente sentado en la butaca.

Hay más desventajas, de tipo higiénico, político, estético y económico. Pero no me extenderé con ellas porque tampoco quiero espantar a nuestros posibles visitantes. Pasemos, entonces, a las ventajas. Aparte de la ya expuesta acerca de la gratuidad, desde el punto de vista económico, de la edición, enumeraremos tres más: 1) Es la otra cara de la que era la primera desventaja. Es decir, una revista publicada en internet, aunque se diluya en una ingente masa de información, llegará, potencialmente, a muchísimas más personas que la mayor de las ediciones sobre papel que se hagan en el mundo. 2) El soporte sobre el que se edita una página web ofrece posibilidades que no hay en la publicación de una revista o de un libro sobre papel. Por ejemplo, la inclusión de sonidos, de música. Algún amigo, que ya publica sus textos en este primer número, me ha dado su opinión acerca de la inconveniencia de introducir sonidos en páginas dedicadas a la literatura. Su argumento es que se trata de dos lenguajes diferentes y se interfieren el uno al otro. Yo no opino así y, para apoyar mi punto de vista, me remito a los antiguos juglares o a las bandas musicales del cine. Además, si la música no gusta, se baja el volumen del ordenador y ya está. 3) Esta es la cualidad más interesante de la publicación en internet: desaparecen los filtros impuestos por el mercado editorial que, obedeciendo fundamentalmente a imperativos económicos, ha olvidado por completo el asunto de la calidad literaria y la ha sustituido por condiciones como las modas, la fama, la imagen social, la presión de grupos políticos, sexuales, religiosos...

Y bien. ¿Cómo será este nuevo fantasma? Pues, salvando las diferencias de posibilidades técnicas que conlleva el medio junto a los cambios en el diseño, muy parecido al otro. Los textos serán de creación en su mayoría, no tendrá secciones (al menos, por ahora) y, en la medida de lo posible (y conste que relativizo sólo para salir al paso del previsible ataque de los deterministas de turno), huirá de todo condicionamiento ideológico o estético previos. ¿La periodicidad? Más o menos, trimestral. Depende de la acogida dispensada. Si veo que la cosa tiene éxito, tal vez saque un número cada dos meses.

Finalmente tengo que advertir que esta revista está diseñada para ser vista con Explorer para Windows. No aseguro que otros navegadores sean eficaces para visitarla.

No quiero acabar sin dar las gracias: a Sergio Thuillier Nieto por la composición del fondo musical de esta página, la de inicio y la del sumario; a Lola, mi mujer, y a mi hijo Félix por soportar la usurpación del ordenador familiar durante tantas horas y a todos los escritores que, desinteresada y generosamente, han colaborado en este número con sus textos.

 

 

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