Tres poemas

del

libro

"Poemas del Asfalto"

Milagros Román

 

 

HE ESCRITO TRES POEMAS

y me voy a la calle, como siempre;

pero antes, me he mirado al espejo y le pregunto:

¿Qué me pongo?...

Un silencio cruel estalla entre la ropa del armario

y se cubre mi casa de "soledad sonora"

( como dijo el poeta).

Me vestiría de mujer fatal, pero no puedo,

porque fatal, fatal, me encuentro cada día.

La falda,

el jersey,

las medias negras,

un pañuelo apretado contra el cuello, no demasiado,

me servirán de tapadera, pues por dentro

me he vuelto transparente,

de un cristal que se rompe

cuando peso demasiado,

cuando grita el sentimiento,

la impotencia,

el desamor...

Al final,

me he vestido con la caja de un puzzle amarillo

(el de la mala suerte)

y me disfrazo de pedazos.

Cada trozo me contiene como esencial ingrediente.

Salgo.

¡Hola!

¿Qué tal?...

Una sonrisa fingida.

El asfalto y su dureza

me devuelven a la vida.

 

 

CANCIÓN

 

MI CASA ES UNA ISLA

Yo soy una isla.

No puedo acercarme a ti.

El asfalto me aturde.

La soledad del campo

me pesa demasiado,

pero en la casa, mi casa,

el mundo ya no existe,

me miro en el espejo

y, al menos,

estoy más cerca de mí...

 

Mi casa es una isla.

Yo soy una isla.

No puedo acercarme a ti.

 

 

LAS VOCES DE UNOS NIÑOS

me llenan de ternura...

Sus murmullos de risa inocente

provocan un juego de promesas y nostalgias

para implicar al mundo en su eterna alegría.

Sus saltos y cabriolas

son vuelos de paloma aturdida

que anuncian a la Tierra

la infinita aventura del hombre que se sueña.

Sus gritos de protesta,

sus llantos, sus peleas,

alertan a la vida

que la "ley de la selva"

defenderá al más fuerte...

La tarde está callada.

Herida de silencio, aborrece al asfalto

vengando la sonrisa del hombre

con aires de violencia enmascarada...

Todo es mentira:

el rojo del semáforo no despierta pasiones,

ni recuerda al amor de tus hermanos;

sólo detiene el tiempo, un instante,

en su aventura cotidiana (que ya es algo).

El verde está ausente de esperanzas; no sueñes.

Y el peatón se ahoga sumergido

en el mar de la calzada traicionera.

Los motores de los coches

revientan sus gargantas como aullidos de lobo

en el asfalto.

A veces,

la prisa se viste de ambulancia

con sirenas de urgencia o asomos de escalofrío.

Y siempre, siempre,

una máquina taladra, con su aguijón profundo,

el pensamiento sublime de la tierra

devorando con hambre sus entrañas...

Van a dar las cinco.

Las voces de unos niños me llenan de ternura.

Las voces de unos niños

detienen la locura del mundo.

 

e-mail de la autora: milaroma@hotmail.com

 

 

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