POSTALES DE VERANO

 

Rufino Domínguez

 

 

 

 

- 1 -

Plaza de Zocodover, Toledo.

En la plaza, la central, la de toda la vida, hay animación al caer la tarde.

He visto en algún museo un cuadro de esta plaza, acondicionada para el funesto espectáculo de un Auto de Fe.

He observado en algún bar una foto en blanco y negro de principios de siglo: la plaza está repleta de tenderetes, de puestos de hortalizas ordenadas en cajas sobre el suelo; aquí y allá las bestias amarradas a los árboles y al fondo, en un lateral, se ve a un pastor que pasa con su rebaño de ovejas.

He leído en algún libro que esta plaza fue el empeño de un noble esclarecido, hace ya varias centurias. Quiso construir un espacio abierto y “racional” demoliendo el caserío abigarrado del viejo zoco. Espacio que, por fortuna, quedó incompleto.

He paseado al atardecer por el perímetro, casi triangular, de la plaza. Al primer golpe de vista se pueden distinguir dos territorios:

El primero de ellos, la plaza en sí, tiene sus árboles, sus bancos laterales y centrales y dos kioscos de prensa. El segundo está ocupado por una franja uniforme de mesas multicolores, que se extienden por el lado menor de este hipotético triángulo. Y a su espalda, consecutivos y apenas diferenciados entre sí, se hallan los bares.

Lo curioso, al menos para mí, es que también existe una clara división en el paisaje humano. Por el espacio central corren los niños, cruza sin detenerse el vecindario; en sus bancos se sientan los ancianos del lugar a tomar el aire, a charlar un rato, a observar todo el tiempo. Con ellos se entremezclan los soldados de paseo que bajan del Alcázar, el artista-mendigo, el simple, los grupos de adolescentes.

Vemos también al matrimonio joven que se detiene para que juegue el crío, para hojear la prensa, para que tenga un rato de expansión el perro.

En la franja lateral, cuadriculados en las mesas de los bares, estamos los turistas. Una mezcla de razas, de idiomas y atuendos, pero una actitud común: todos estamos dispuestos a que nos tomen el pelo con los precios con tal de que nos dejen observar tranquilamente la vida de la ciudad, que sigue representándose cada tarde en esta plaza del centro.

 

- 2 -

Burgos (con 'ese' al final).

Burgos, fonética exhaustiva,

plazas pulquérrimas,

paseo endomingado,

piedras excelsas.

Burgos, norte y esencia,

el Cid y Fernán González,

noble pasado presente

en esta ciudad moderna.

Burgos quizás sea demasiado Burgos

para un maestro de escuela...

 

- 3 -

Palencia: Calle Mayor.

Castilla sin aspavientos

va y viene entre soportales.

Entre Burgos y León

Palencia guarda un secreto,

que a la sombra de este chopo

junto al manso Carrión

un pajarillo parlero me desvela.

Sin duda es un buen lugar

para un andaluz del norte;

paseando por sus calles

no me he sentido un extraño,

me he sentido otro.

Algo crece en esta tierra

que favorece el respeto

y estimula la paciencia.

Y en Palencia,

por fortuna,

nadie intenta ser gracioso:

¡qué reposo!

 

- 4 -

Ávila: tierra de santos.

Y no me extraña.

Comprendo que haga calor

si haces la visita en julio,

¿pero tanto?

Admito que hay que explotar

al turismo si hay turismo,

¿pero hay que hacerlo sin tregua?

Entiendo que sea dudoso

un hostal viejo y barato,

¿pero es forzoso que el dueño

descuide el trato?

Por lo demás,

quién lo duda,

la ciudad es singular.

 

- 5 -

Soria breve.

— Soria es un pueblo, muy noble. Y un noble pueblo la habita.

— San Juan de Duero una joya. Y como tal protegido, pequeño, escaso. ¡Cómo hubo de ser la perla, si el engarce tanto asombra!

— San Saturio es una ermita, refugio de un eremita. Y es, sobre todo, una cueva que nos recuerda otras cuevas, y otras peñas, y otros lares. San Saturio es un paseo difícil de etiquetar: el Duero, la reconquista, los álamos y el silencio... es el perímetro externo de la curva de ballesta, el limes pacificado del campo y de la ciudad.

— San Pedro, concatedral: un título peregrino. San Pedro rezuma siglos de eclesiástica penumbra, de vaivenes olvidados de la historia. San Pedro sueña con ser, El Burgo de Osma ya ha sido, y ambos duermen. San Pedro a los pies de Soria.

 

- 6 -

Un viajero inusual ve las torres de Zamora, y se apresura. Un remate neogótico preside la estación.

Un cliente silencioso busca taxi, y en la espera desespera. Un matrimonio educado le aconseja salir fuera del recinto, y no esperar.

Un huésped poco exigente le habla quedo al empleado del hotel. Y comprueba satisfecho que ha acertado; no siempre ocurre así.

Un caballero desnudo se entretiene en probar todas las luces, y decide sabiamente descansar. Pero un joven impaciente lo espolea, y de forma atropellada se resuelve: lo reclama la vida de esta extraña ciudad.

 

- 7 -

Valladolid quedó atrás, y en adelante habitará el recuerdo. Noble, elegante, capitalina... amable en su punto justo. Moradores conscientes de una clara ciudad, sus gentes se pasean sin rozar al viajero; Valladolid no duda de sus fuerzas, y eso siempre se nota. Zamora no fue igual.

 

- 8 -

En Palencia nuevamente; fin de trayecto. Terminaron estas breves vacaciones castellanas, terminó también este pequeño escarceo por la rima consonante... hay que volver a la prosa.

Sevilla en el horizonte: el lugar en que pensaba el creador cuando dijo aquello del sudor y la frente.

¿Final, comienzo, tránsito, regreso? Luces y sombras, como no podía ser menos. Algunos deseos intactos, otros cubiertos.

 

- 9 -

El viajero, sin ilusión aunque también sin temores, comienza el descenso a la superficie. Con desgana prepara el equipaje de regreso y, casi sin darse cuenta, se adentra en los afanes cotidianos que le han tocado en suerte.

El viajero, poco a poco, acepta el fin de su breve metamorfosis, y adivina la imagen de rutina que le espera al final del proceso.

Va a caer el telón pero el actor, de vuelta a casa, sabrá ya para siempre que ha vivido otras vidas. Y si ha ocurrido una vez, nada impide que suceda de nuevo.

 

SUMARIO

DISTRIBUIDOR

PORTADA

INICIO