POEMAS
Sergio Manganelli
Yo sé de mar, de sal, de campanadas.
Fui navegante sin haber nacido, y me perdí en el vuelo del albatros.
Yo me escapé del tiempo en un naufragio, y sufrí por las noches las ganas del regreso.
En invierno en las playas, trato de descubrir la luz de los corales, y suelto al mar bandadas de botellas con estrofas de tangos.
Sólo la suave complicidad del viento.
Mientras las olas derraman en la arena fragancias submarinas, ya la canción de espuma desviste la marea.
Yo sólo sé de azul, de gris, de campanadas.
PACHECO
Envuelto en un revuelo de mancha venenosa, golondrina y relámpago en el patio sin cielo, sándwich de contrabando, herido por desdén. Tenaz al sonreír con ojos deslumbrados, prodigio y quasimodo va Pacheco.
Respirando burbujas de jabón La Espuma, la mirada infantil velada por el miedo y ese vaivén de tonta marioneta, cuchillo de las risas ogro pobre malogrado arlequín agonizante enfermo abandonado, va Pacheco.
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Una mañana de silencio y desgano jugó su última siesta a la mancha asesina, todos nos opusimos al decreto fatal que se nos haya muerto, por la fullera parca que le rozó las ropas, justito antes que pudiéramos soplarle, la contraseña tierna que enjuaga los destinos.
Mancha tuberculosis -diagnóstico alarmante enfundado en barbijos- y nadie quiso sepultar su cuerpo contagioso de piedra calcinada, que nunca más navegará baldosas con puntos cardinales, ni ya será cangrejo, o cíclope, ni torpe barrilete de sábana y terraza.
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Apenas un despojo una incomodidad un muerto, para nosotros una módica causa de azucarar la vida sin dobleces ni dádivas, un hermano mayor un desconsuelo.
Va Pacheco.
Los que sobrellevamos miseria y desvarío, nos vestimos de lutos prematuros o de amnesia, de ruinas acordadas o prisiones, de fondo de botella o memoria martirio, mientras a las puertas del túnel la araña hilaba como epílogo su malla de colar ternuras imprevistas.
Pacheco, luminoso, descolgó la camisa del perchero, calzó su bombín de escupidera y se marchó invisible, en medio de la bulla de rezos y bomberos, a guaridas y escombros, contra todo pronóstico. ////
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Vuelo y extravío de lázaro sin pompas, primicia de la muerte, telegrama feroz cesanteando a la infancia, desgajada inocencia, almácigo de duelos.
Mancha ceniza.
Pacheco va.
Para ser claro, renuncio a las frases alusivas, a la caligrafía pálida sobre el cuaderno mudo de las tumbas, rechazo el podio hipócrita de la bondad post mortem, y a esa memoria tan desmemoriada.
Yo no quiero que apunten en mi lápida la palabra yace, me niego espeluznado. No anhelo ese cheque grosero con el que expían de mármol de hospital lo que siempre te negaron avaros.
Ni acepto que se luzca bajo una lluvia de mierda de palomas ese verbo impiadoso en tercera persona.
No le abro los postigos, ni a sus endebles secuaces el adjetivo inerte el absurdo abatido menos aún al implacable muerto -auxiliares morbosos de crónicas de sangre- prefiero que sentencien se pudre se funde se disuelve pero jamás yace. // //
Porque la muerte puede sea otra cosa, menos sucia y severa, mejor que la tapa biselada y sorda, quizás algo tan simple como tumbarse al sol, sobre el pasto o la arena en una tarde franca y sin ruinas, con vino y con regazo, y sonrisas con huella y dialecto de besos y un murmullo entrañable que recite poemas.
Quizás yacer no sea esa quietud de corazones secos, ni el sueño, ni el olvido, sino un íntimo zafarrancho, un arrebato de vida sin permiso, un insomnio de goce, con marea de lluvia y peces sin abismo.
Una muchacha fresca, pechos de hierbabuena, que te besa la ausencia sin placebo y sin pena.
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Ojalá no sea el hartado celeste de los castos y pulcros, tampoco el infierno ceniza, el hoyo de un ambiente con renta anticipada, sino jugar rayuela hasta llegar al cielo, y que don dios gorrión disponga tiernamente: “levántate y vuela”.
Puede que signifique cerrar la vida apenas, como quien deja un libro, hasta que en una noche de miedo a la tormenta, o duda desvelada, lo hojeen conmovidos, esos ojos más nuevos que guardan mi mirada. |