DOS MICRORRELATOS

Manuel Moya

 

 

 

INFORME MUNICIPAL

Cuando hace un año la municipalidad renovó su flota de autobuses, una docena de descontentos denunciaron el hecho de que los nuevos autobuses no emitían sombras, circunstancia atribuida a una novedad más de la ingeniería checa, sabedora de que las sombras afean la ciudad, menoscaban las relaciones y oscurecen la razón, pese a lo cual, enojó a esa docena de usuarios, que al poco denunciaron la pérdida de las suyas, exhibiendo pancartas, demandas y artículos que exigían la pronta devolución de sus sombras, pues es sabido que la gente es adicta a las supersticiones y la sombra pasa por una arraigada superstición, pero los tribunales, a salvo de tales novelerías, todo lo desestimaron, arguyendo vacíos legales y aún epistemológicos, circunstancia que no amilanó a quienes, más tarde, adujeron que la frecuentación de los autobuses les privaba de la memoria, acreditación harto difícil y causa de que la justicia, impasible, procediera a su archivo, enrabietando con ello a los más insidiosos, que enseguida echaron en falta naderías como el complejo de culpa, la nostalgia, la dulcedumbre, la nicotina, la sutileza, la esperanza, el apetito sexual, la dignidad y, para concluir, la confianza en los munícipes..., siendo así que la nueva flota, menos sofisticada, conserva las sombras, esa vieja superstición que tan feliz parece hacer a los contribuyentes, y, por lo demás, hemos restaurado el orden, lo que aprovecho para garantizarle que, de reproducirse los altercados, se actuará con idéntica firmeza.

 

 

 CUIDADO CON EL OMBLIGO

Mientras pueda olvidarme de mi ombligo todo estará en orden y en paz y las paredes serán paredes y árboles los árboles, mi madre me llamará por mi nombre y el mar seguirá haciendo su particular ruidito al despertarme (pero yo vivo lejos del mar), porque mi ombligo es como un pozo sin fondo y, si me apuran, mi ombligo es el fondo de un pozo sin fondo, de modo que cuando dice aquí estoy yo y comienza a chuparme, a tirar de mí hacia ese fondo suyo, entonces, compadre, estoy perdido, porque no hay un fondo fondo, no sé cómo decirlo, y, por más que baje, siempre puedo bajar más y más y más, y no siempre es posible aguantarme a un árbol o agarrarme a una madre o a unas paredes, porque el ombligo me tira de todos lados, desde los calcañares y desde la memoria, desde la rabia, desde mis hijos o desde la más pura indolencia... y entonces descubro con pavor que estoy otra vez a merced del fondo fondo de mi ombligo y que importunarlo es como importunar a todos los diablos y que alentarlo es como alentar a todos los diablos, y que lo mejor es dejarlo en el fondo sin fondo de sí mismo y no andar echándole trocitos de carne, ni veneno, ni sobras de la cena, ni nada de nada y dormir y llegarme cada día al instituto o a la madre olvidado del ombligo, y cruzar mucho los dedos, compadre, por si acaso...

 

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