WEIRD LEGENDS

 

Javier Esteban

 

 

 

WEIRD LEGENDS, 42

La sesuda crítica oficial podrá deciros que nada hubo que no estuviera equivocado, nada de una altura estética o moral incuestionable, en la manera en la que el gran Bullgod le arrancaba la cabeza de un certero puñetazo a su sempiterno archienemigo, Lepra, en el número 42 de estas Weird Legends, aunque el reconocido autor, por el contrario, aseguró siempre que el público lector aplaudía enfebrecido, jaleaba el recorrido de los sesos del desaprensivo maleante en un reguero azul verdoso hacia la esquina inferior derecha del panel y que, de cierto, supo entender siempre muy bien por qué eran los clímax tan atroces como este sobre los que debería cabalgar la Historia.

WEIRD LEGENDS, 79

Las líneas cinéticas descompondrán toda la acción hasta un punto en el que, más que confundirse, sustituyan al filo de esta espada de justicia solitaria contra los más tenebrosos espías de la Sombra y así estos mueran, sin saberse mutilados por bosquejos de ideogramas o meras ternuras esparcidas desde un hálito que nuestro artista, tras los últimos espasmos del pincel, se va absteniendo de erigir como real.

WEIRD LEGENDS, 15

La moneda ha caído de canto, se queda encajada en la arena del desierto de Nuevo México y los dos pistoleros intercambian una única mirada interrogante a lo largo de toda la mañana, el mediodía y el atardecer, hasta el momento en que el crepúsculo alcanza la página y el estampido de esta bala definitiva llega a traición, no importa desde dónde, para poner las cosas en su sitio y reescribir la zurda apoteosis de Pat Garret vs. Billy The Kid.

WEIRD LEGENDS, 9

Hay un diálogo imposible entre la imaginería del monstruo encadenado al trono y la depravada belleza de la reina que lo acaricia en la portada y ello nos invita a empatizar con el privilegiado testigo de la escena: nuestro explorador espacial favorito, el coronel Amargo, retratado en el instante en el que se arrodilla estupefacto a los pies de la ensangrentada escalinata de jade sin atreverse a apartar los ojos de este, el verdadero rostro del amor.

WEIRD LEGENDS, 0

Cuenta la leyenda que el número primero de Weird Legends existió efectivamente, aunque sólo se llegara a sacar una tirada porque el operario de la primitiva máquina de fotolitos que quiso emplearse para la impresión perdió la cordura –arrancándose los ojos allí mismo por medio de un cortafríos– al enfrentarse a aquel dibujo que ilustraba el homenaje a Lovecraft planteado como contenido inaugural: un ejército de cefalópodos dotados con grandes alas de murciélago y clavados a gargantuescas esvásticas hechas en vigas de hormigón, sobre el Gólgota de la senilidad del miedo.

WEIRD LEGENDS, 84

“No me gusta tener rostro” llega a exclamar uno de los zombis que se apiñan tras los escaparates en el momento en el que la furgoneta con la que los protagonistas han logrado abrirse camino entre los cochambrosos cuerpos de sus conciudadanos redivivos a lo largo de la calle principal de aquel bucólico pueblucho del Medio Oeste estadounidense, derrapa y colisiona estrepitosamente contra los pilares de hormigón que apenas ya sostienen la tan manida metáfora en obras del centro comercial a las afueras y así van, y así se acaban, los supervivientes y las razias y los míseros crossovers entre el cielo y el infierno y la futilidad.

WEIRD LEGENDS, 59

Cuando la noche recupere estas palabras por detrás de la cortina –“pienso en ti como los otros hombres piensan en su muerte”– la aberrada honestidad de una ternura habrá condenado al viejo espía a una retórica violencia de voyeur, diciéndose a sí mismo, sin embargo, que la feroz correa hecha con plumas, la erección del brillo de un diamante y los jugosos estiletes –las pestañas– le colocan en cualquier caso en la pista adecuada, en el rastro irrefutable de esos cien mil besos bendecidos por el soviet contra los que aún sigue aprendiendo a remediar su vida.

WEIRD LEGENDS, 55

Los nulos éxitos que jalonaron el principio de su carrera como novedoso paradigma de la alta narrativa norteamericana empujaron al joven Jean-Louis Lebris de Kerouac a aceptar aquel pobre trabajo de guionista en nuestra editorial de cómics durante un breve período de 1953, cuyo resultado es de sobra por todos conocido: jamás otra misión para acabar con las bases secretas nazis en la Luna traería a la mente de los niños con tanta intensidad la certeza de que el cambio que se avecinaba no sólo no iba a ser lo tan terrible, sino el mayor deseo irremediable.

WEIRD LEGENDS, 92

Como en un mal vodevil, un recio acorde de violines debería acompañar la secuencia final de esta aventura del Campeón Fantástico: una lluvia que disuelve el fondo entre los colores básicos de la trama, un único ojo perfilado en rimel, el espectacular contrapicado –splash page– de una silueta alcanzando los cielos de un Nueva York que, como dicen los eslóganes, no es otra cosa que un estado de la mente y sobre todo aquellas manos entrecerradas, frágiles y como despidiéndose, como pidiendo perdón por no haber sido capaces nunca de alzarse de su mediocre identidad secreta, desnudarse o develar su verdadera ausencia a la manera del prodigio.

 

 

SUMARIO