4 microficciones

 

Yuli Castro

 

(Ilustraciones: Giorgio)

 

 

MATERNAL

Es media noche y la luna mengua. En los pasillos del séptimo piso del Hospital General nadie deambula. Los enfermos que pueden, duermen. Una delgada sombra atraviesa la habitación de la nena y discretamente desconecta unos cables. Silencio. Al amanecer abundan las caras tristes. Cubren el pequeño y frío cuerpo con una sábana blanca. Una mujer llora desgarradoramente. Sus lamentos resuenan en el edificio. Todos sienten compasión por su dolor. La abrazan. La consuelan. Nadie sospecha que ella lo hizo.

 

SECRETO

Su esposa murió hace seis meses y es difícil acostumbrarse al silencio de la casa. Nunca tuvieron hijos. Decían que ella era estéril porque su madre le daba muchos tés de orégano cuando era jovencita, pero él sabía que era mentira. Quien fallaba, era él. Lo sabía porque tuvo tres amantes y ninguna quedó embarazada. En aquellos tiempos no se solían usar preservativos. Pero tuvo que callar o se delataría. Elsa murió pidiéndole perdón por no haberle podido regalar el hijo que siempre soñó. Ayer le llevó flores a su tumba. Le gustaban mucho los claveles rojos. Mientras Elsa descansa serena y feliz, a él lo atormenta la culpa.  Planea quitarse la vida. Ya escribió la carta póstuma que nadie leerá.

 

ANHELO

 

Siempre quise ser doctor. Admiro esa vida. Todo el tiempo hay alguien que les abre las puertas para entrar a los hospitales o consultorios. Descienden de sus autos con el gesto fruncido, como si mentalmente estuvieran resolviendo algún problema matemático. Usan inmaculadas batas blancas. Parecen ir siempre de prisa. Y se rodean de enfermeras con piernas firmes y senos turgentes. Por más que lo intenté, nunca logré enfermarme lo suficiente como para estar hospitalizado. Sólo llegué al área de curaciones o a consulta externa por algún dolor abdominal. Disfruto mucho estar en un hospital y aspirar el delicioso aroma a formol y sopas insípidas. Me gusta el sonido de las ambulancias y el llanto de los niños tras recibir una inyección. Siempre quise ser doctor y en las noches cuando nadie me ve, dejo las escobas, las bolsas de basura y los limpiadores y me pongo alguna bata sucia de un médico. Mi reflejo en el espejo me basta.

 

QUINCEAÑERA

Los padres de Yolanda no saben por qué tienen una hija así. Fue una niña muy deseada. Desde dos años antes de su llegada, estaba la habitación decorada con motivos infantiles que su madre había hecho. En las tardes bordaba sábanas y toallas para ella. Al principio era normal, salvo porque nació con dientes. Todos decían que era gracioso verla sonreír. Las vecinas le llevaban regalos todo el tiempo. Hasta que cumplió cinco años. En las noches se salía de su recámara y se quedaba de pie contemplando a sus padres dormidos durante horas. Se asustaban mucho. Le contaban cuentos de hadas para animarla a dormir, pero era inútil. Se sentaba en la cama y hablaba sola. Decía que algunos diablos la visitaban y eran sus amigos. La gente dejó de ir a ver a la familia. Yolanda tiene quince años. Tiene una colección de moscas embarradas en la pared. Escuchó a su padre decir que la internarán en una clínica psiquiátrica. Ella tiene otro plan. Guardó bajo la almohada un cuchillo.

 

SUMARIO