dos microrrelatos
Rosa Díaz
e ´l tempo et l´ora
Tú ibas creciendo por tu cuenta dentro de su pecho. Ella no quería. Ella nunca te dio vitaminas ni anabolizantes para que te hicieras del tamaño de Frankenstein.
Te digo que ella no quería. No te tenía apego pero le crecías como una liana, como una flor de cáncer para que no pudiera contigo su poquedad.
Ahora, en la hora de los sueños, la despiertas con un aldabonazo en esas vísceras que contaban con el beneficio de la luna y con el desenvolvimiento de las mareas.
Esas que han ido a parar a los estercoleros de los residuos clínicos. Pero insiste tu perseverancia que es tal y tan inamovible, como los pobres que se sientan a esperar su moneda.
Vienes de los paisajes de la muerte y viertes nombres extraños sobre las cinco menos cuarto de su madrugada. Le insinúas que te entregue los ojos porque es hora de Oficio de Viernes Santo, y pronuncias:
-I´benedico il loco e ´l tempo et l´ora. Que es algo así, como bendigo el lugar el tiempo y la hora.
Del libro El color de la sangre de las princesas
Col. Melibea, Talavera de la Reina, 2003
Ilustración: Hans Baldung
misiva para muerto
Quiso poner sus manos de muerto sobre su blusa de encaje de Bruselas. Sus manos de escáner y sus brazos ya abiertos a la martiriología de las botellas de suero. Había confirmado cita con la anestesia y paseado los preámbulos de ciertos hospitales.
Por entonces, ella cruzaba los desiertos de las aglomeraciones, se escondía en la luz, se daba de comer hojas de nobritol y pedacitos de tranquimazín y jamás dejó su blusa al pairo de la vida.
Del libro El color de la sangre de las princesas
Col. Melibea, Talavera de la Reina, 2003