LOHENGRIN
Francisco Pérez Gómez
Lleva la alta frente ofrecida como claridad
a las aguas del lago nocturno.
En la paz donde todas las edades se unen
no puede haber ninguna perversión.
Lo externo se acompaña de silencio
y las ramas de los sagrados robles hacen descender su sombra
hasta los abismos de las ondas.
Amanecida y crepúsculo también se unen
como una sola luz de palacio incendiado.
La raíz de los dioses sostiene tan absoluto árbol.
Al príncipe lo arrastra un cisne.
Es jinete de una levedad asombrosa.
Su viaje está entornado sólo de criaturas angélicas.
El Espíritu le abre un paso infinito y constante.
En el destino se flota siempre misteriosamente
y su viaje es de prodigio.
Nadie le preguntará,
ningún caballero le nombrará su estirpe,
sólo su armadura de plata reluce
sobre el enigma de su espíritu.
Las sombras de la curiosidad hacen del misterio
un dios domesticado.
El perfil del héroe siempre es hermoso
cuando se recorta sobre el claroscuro de su soledad.
Nunca abandonan los cielos sus íntimos secretos
y al final severamente los reclama.
La impiedad siempre participa de los destinos ajenos.
Su curiosidad empobrece la belleza eterna de los seres.
Lohengrin entristece sus ojos y su corazón.
Hasta él ha llegado la torpe llamada
que fuerza las puertas de sus íntimas estancias.
El caballero sin secretos sólo puede decir adiós.
Nada valdrán los sollozos en el bosque
ni la corona de un reino.
Sólo es fuerte el destino cuando sabe renunciar.
Un horizonte de aguas.
El ideal místico de un santo Graal.
El crepúsculo interior de recuerdos eternos.
El Todo encontrado
en la honda partida mansa y definitiva
desde orillas humanas con árboles y prados y damas y guerreros.