DON NADIE
Manuel Moya
Allí, tras las latas de cacao y los botes de café se alzan dos figuras de porte estrafalario. Los niños prefieren al del yelmo y él, sonriente, los sube a su caballo de cartón y ofrece chucherías. El otro, junto a él, reparte propaganda de una torva colección de asunto literario (sortean dos viajes al Tokio de Mishima). Escucha, Jaime, susurra una señora a su marido, absorto en la etiqueta del foagrás, ¿no es ése, el de la lanza, el vecino que estudiaba para actor, aquel Don Nadie? Bueno, y qué, responde su marido, mejor así, que no por esas calles, bah, buscando guerra, haciendo el zángano.
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