Poemas |
Antonio Porpetta |
EL NIÑO
Hay un niño que llega cada día ofreciendo su mínima intemperie sobre el claro mantel del desayuno. Levemente se asoma por la ventana gris de algún periódico, sin lágrimas ni risas en su rostro: sólo pura mirada y un humilde cansancio de terrores derramado en sus labios. Viene desde muy lejos: de las tierras del fuego y la tristeza, de selvas y arrozales, de campos arrasados, de montañas perdidas, de ciudades sin nombre ni memoria donde la muerte es sólo una muda costumbre cotidiana. Tal vez trae en sus manos algún pobre juguete: el fusil que encontró en aquella zanja junto a un hombre dormido, las inútiles botas de su padre, el arrugado casco de aluminio del hermano más alto y más valiente, el trozo de metralla que derrumbó su infancia en un instante. Se sienta a nuestra mesa, quedamente, como si no estuviera, y contempla asombrado los terrones de azúcar, las galletas, la alegre redondez de las naranjas, la taza de café, con su recuerdo de humaredas oscuras. Nunca nos pide nada: sólo mira desde un viejo silencio, con un largo paisaje de preguntas remansado en sus párpados. Y permanece inmóvil, clavándonos el tiempo en su palabra que nunca escucharemos. Como si fuera un niño, simplemente. Sin saber que en sus ojos lleva la herida grande de todo el universo. (De "Los sigilos violados") |
|
DONDE LAS MANOS DE LA AMADA, CON SU DESTREZA, PROTAGONIZAN UNA HERMOSA AVENTURA
Hablan, cantan, respiran, amanecen. Vuelan, indagan, dudan, se cobijan. Averiguan, descubren, se apresuran. Amurallan, acechan, se confían. Avanzan, acometen, se detienen. Disimulan, conspiran, se deslizan. Prosiguen, se demoran, permanecen. Acosan, se apoderan, domestican. Dilapidan, incendian, se enardecen. Ya persiguen, ya insisten, ya arrecian, ya se ensañan, ya rinden, ya derrocan. Ya vendimian. Ya desisten, renuncian, se someten. Ya proclaman la noche y se serenan. Ya conducen, invitan, acompañan. (De "Territorio del fuego") |