Cuentos de la yegua nocturna
(Selección)
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Félix Morales Prado
AGNUS
Soñó que caminaba por un bosque durante horas, hasta que encontró una casita con las ventanas encendidas. Se asomó a una de ellas y vio a un hombre que, triste y lejano, vestido de negro, se estaba comiendo con cuchillo y tenedor a un cordero vivo sobre una bandeja de oro. El cordero tenía vuelta la cabeza hacia el hombre y conversaban:
–Te comeré poquito a poco. No va a dolerte.
–Siempre me duele. Pero mi dolor está en otro sitio que no soy yo.
–Dime dónde está tu dolor o te pincharé en el alma.
–Está mirándonos detrás de la ventana.
PREMONICIÓN
Un niño tiene una pesadilla. Sueña que su padre muere electrocutado al abrir la puerta del frigorífico. Se despierta asustado, llorando. El padre se levanta y acude a consolarlo.
-Sólo es un sueño -le dice-. Te daré un poco de agua.
Y se dirige, descalzo, al frigorífico.
ILUMINACIÓN
Las notas del Ángelus invadían la casa. Llevado por un impulso irresistible entró en el retrete y se puso a mear al mismo tiempo que un raro bienestar se extendía por todo su ser. Desde el fondo del inodoro se elevó una esfera blanca y luminosa mientras que voces de coros celestiales rozaban sonidos imposibles. La bola hierofánica, detenida un instante infinito en no se sabe qué lugar del espacio, estalló (este verbo es sólo un tosco símil) y un resplandor de espíritu, sabiduría y bondad se hizo uno con el alma y la casa.
Sus discípulos llevaban un pequeño water de hojalata cromada en la solapa. Las iras del Vaticano no se hicieron esperar. En vano adujo que Dios está en todas partes. En vano repuso a los aplausos y risas de los ateos que nunca quiso ser irónico ni sarcástico, que su alma estaba embargada por el más sincero sentimiento religioso y que él era sólo un humilde instrumento del Altísimo.
ORIENTAL
La viuda de mi hermano dirigió palabras inconvenientes a mi primo, comerciante en sedas. Hemos salido a pasear por la tarde en la que se pierden los caminos. Mi madre habla de un artista adolescente y borracho que prefirió las riquezas a la inspiración. Siento sed. Entramos en la cueva del manantial. Pero está seco porque se lo ha bebido un sapo que vive bajo tierra. Salimos. Nos capturan los traficantes de esclavos. Me llamo Ibrahim. Mi voz suena como la piedra. Y eso significa la huida. Un barco. La patria como un recuerdo doloroso. Caminar por carreteras interminables entre montañas áridas. A lo lejos, un nido mítico y gigante, en el que nacen los unicornios sagrados, corona un monte que da sombra al pueblo que los cabalga. Al principio, me parecieron garzas reales. En la orilla de un lago una muchacha desnuda me enseña el arte de la pesca.
CORAZONES
Es un día muy frío de invierno en un pueblo blanco rodeado de montañas. El aire huele a encinas quemadas. Por las calles deambulan hombres con bolsas llenas de corazones. En alguna cima puede vislumbrarse un castillo oscuro que desgarra las nubes. Una muchacha llora en un cuarto anónimo. Encima de su cama, una muñeca que heredó de su madre que la heredó de su abuela… Llaman a la puerta. María se seca las lágrimas. Recorre el pasillo húmedo observada por las viejas fotografías de familia que cuelgan de las paredes. Todos muertos. El gato maúlla y se pierde en las sombras de la cocina. Vuelven a resonar golpes sombríos en la puerta de roble. La casa es grande y se tarda en llegar. María abre. Una mano le ofrece un corazón. Tierno y sangrante. Parece de papel.
-Fríelo en manteca de cabra. Estará bueno frito en manteca de cabra.
El gato remolonea en torno al olor a terciopelo cocido.
María recorre la casa con el corazón frito en un plato de mármol.
PANTUFLA
Me desperté sin saber por qué y vi por la ventana que el cielo estaba echando sangre. Y me dolía por dentro en ningún sitio. La casa estaba silenciosa, llena de miedo; era de noche pero parecía de madrugada o al contrario. Fui a la ventana del oeste y vi a mis dos hermanas que corrían por el camino de la playa. Las perseguía un hombre con un cuchillo; llevaba un sombrero y una capa negros. Salí a la calle. Hacía un frío que daba pena. Yo iba llorando y no podía moverme, no podía correr, como si alguien me agarrara por los tobillos. Gritaba: “¡Hermanitas!, ¡hermanitas!”. Las retamas estaban en flor y por el aire volaban las brujas. Las paredes brillaban. Parecían vivas.
Me metí por el bosque oscuro y caminé por un sendero tan largo que era imposible. Algunas veces era alegre como los colores. Otras, los árboles, enormes, juntaban sus copas y el camino se convertía en un túnel que le decía a mi corazón.
Andando, andando, llegué a una casita que parecía habitada pero no. En el suelo había una pantufla y, encima de una mesa, un gramófono con un disco. Lo puse y salió una voz que dijo: “Aquí han matado a tu hermana y su alma está en la pantufla”. Cogí la zapatilla y en la suela se veía la cara de Alicia. Empecé a llorar y cuando mis lágrimas caían en la babucha ella también lloraba.
Se me apareció el Señor Jesucristo. Iba vestido de marinero y tenía la cara de un amigo mío.
RANA
Los misioneros deciden no ir a las misiones en África debido a que no tienen gente, a los peligros del mundo actual, a problemas económicos. Un fraile joven pregunta si los que no han visto nunca leones ni negros tampoco podrán ir. En el lugar de destino, un poblado muy primitivo, el jefe, con taparrabos y plumas, hace comentarios de un alto nivel sobre las ventajas e inconvenientes políticos de la presencia de los misioneros allí. Un arroyuelo pasa cerca de su cabaña. Así me gusta, afirma, el agua muy fría y las mujeres calientes. El agua, en efecto, está muy fría y cristalina. Insectos parecidos a cucarachas (como un híbrido entre cucaracha y grillo) nadan por ella. Manuela da un grito espantada: “¡Qué asco! ¡Cuántas cucarachas!”. Son grillos, corrije el jefe. Pero también tenemos cucarachas por aquí. Son enormes. Mira. Una cucaracha de una cuarta se pega a mi mano. Lucho por quitármela. El reyezuelo me ayuda y no. “¡Me ha picado!”, grito. No pican, no pican, dice el jefe. El bicho me ha dejado un pequeño agujero en el dorso de la mano, que empieza a hincharse. Más tarde, la picadura comenzará a adoptar relevantes formas verdes de reptiles que acaban siendo una rana que emerge como un bubón bajo la piel. Es una rana de aspecto sintético y con cara de mala leche. La toco y salta dejando la mano sin hinchazón. La rana se alimenta de agua muy fría con cocacola. Encierra a todo el mundo en una habitación, menos a mí que consigo escaparme, y se nutre durante un buen rato junto a una nevera. Tal vez tiene intenciones perversas. Destruir el mundo o algo así.
BANQUETE
Llegué a una sala de enormes ventanales que daban a occidente. Se servía la cena y en mi lugar, vacío, había una tarjetita con mi nombre. Me senté y saludé a mi vecino, pero estaba dormido. Todos estaban dormidos. Algunos, con la cabeza metida en el plato de sopa. Cogí la tarjeta. En su reverso, tenía pegado un trocito de espejo. "Es una cortesía del anfitrión" -dijo, sin despertarse, al verme sorprendido, la comensal de la derecha-. "Le encantan" -prosiguió entre ronquidos- "las almejas podridas y las niñas que cantan canciones infantiles como si fueran a morirse". A mi lado, ya recitaba el camarero: "De segundo, señor, tenemos tortilla de gambas o canapé de cadáver". No esperó mi elección. Con el cuchillo empezó a trinchar un ataúd negro rematado en su anverso por una cruz dorada. Me sirvió un trozo, rebosante de gusanos. Sabía a "desespero", a "grito desgarrado", a "esto es imposible". Cerré los ojos, llorando, y los tres abismos salieron, hechos uno, por mi boca convertidos en palabras al despertarme sin saber (aún no lo sé) si estaba despertándome.