Guerreros

Domingo F. Faílde

 

 

El soldado iraquí

tendrá sobre su tumba la arena del desierto.

El norteamericano,

envuelto en tristes bolsas,

desandará los mares en un contenedor

y, al fin, descansará en alguna colina,

debajo de una llama y un manojo de flores.

El soldado iraquí

derramará sus huesos en la tierra reseca.

El inglés,

a los sones de Pompa y Circunstacia,

será depositado bajo un árbol, mirando

el crepúsculo gris y la negra marea.

El soldado iraquí

no tendrá quien le llore.

El español,

sin gloria

(porque no hay heroísmo de espaldas al pueblo),

vestirá su agonía de preguntas,

y una póliza de seguros

correrá con los gastos y enjugará las lágrimas.

Bush, Aznar, Blair, Saddam Hussein,

el Estado Mayor de la muerte,

abrirán las cancelas de la historia:

en el museo siniestro de la guerra,

el nombre de los tres, en letras de oro,

que es el color amargo de la sangre.

 

 

 

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