Movimiento nocturno

Carlos Briones

La noche está en el cielo

El rancherío está sitiado

Hay un aire de conquista

Otros esperan el amanecer

El mayor Orgaz, que desde su bohemia juventud arrastra el apelativo de el Conde, sabe lo que tiene que hacer, pero todavía no decide cómo. Se limita a imponerle un compás de espera a la acción; a recibir y agradecer los partes minuciosamente inútiles con un muchas gracias señor oficial, que permite numerosas dudas y la especulación de que es un hombre en conflicto. Fuma, bebe café y de vez en cuando le hace una seña al cabo ordenanza para que le ponga un poco de malicia; pero su mente está en otro lugar. Se acaricia el bigote de joven de caballería, su mirada azul de angora ilumina su rostro moreno y agraciado; su perfil es preciso, el conjunto es masculino y satisfactorio; pero sus gestos denotan inquietud. Su colaborador más director, el capitán Leiva, que se siente en la obligación de saber todo lo que pasa por la cabeza de su superior, les explica a los oficiales de menor graduación que su mayor está muy pendiente de la radio y de las instrucciones en clave que les envían desde la Comandancia. Balladares, el suboficial operador de radio, cada cierto tiempo, le pasa los partes descifrados, a veces, según la señal, se los interpreta directamente. Leiva sube y baja de la micro que hace de puesto central, está agitado, poderosos, servicial, efectivo, se saca y se pone los guantes, revisa el cargador de su pistola, fiscaliza al primero que se le acerque; es, sin duda, el alma de la operación. La noche está agradable, pareciera que está por amanecer ya, el mayor Orgaz no lo desea. Para él no es una tensa espera; se siente fuera del tiempo. Es cierto, Leiva lo incomoda, detesta sus adulaciones: ¡Todo listo mi mayor!… ¡Como usted lo ordene mi mayor!… ¿Alguna otra cosa mi mayor?… Fulano informa tal cosa mi mayor… ¿Me permite mi mayor?… ¡Con su permiso mi mayor! ¡A su orden mi mayor!…

Cuando Orgaz bajó a revisar las posiciones, Leiva logró quedar un instante a solas con él, entonces le dijo: Fernando, si soy digno de tu confianza… Estoy a tus órdenes, Fernando… Fernando, puedes contar conmigo… Fue entonces cuando Orgaz, el político que hay en Orgaz, cometió el error.

Volvió al puesto de mando. Para él, la noche, la noche del 10 de septiembre de 1973, es otra noche, es la noche del 9, es la noche del Baile de Gala en el Gran Salón de la Escuela de Oficiales. Es la noche que Margarita lo provocó con modales tan antiguos: Se dice que usted baila muy bien, querido mayor. El vals, la eterna finura, la imperiosa galanura del vals, que permite soñar y después recordar el sueño. Entre los oficiales se comentaba que la mujer del ministro era una tonta decorativa. Pero qué importaba. Esa tonta era abogado y había sido Miss Chile. Le habló del Lejano oriente y de la Guerra en Vietnam mejor que el mismo ministro. Haber vivido esos momentos, para Orgaz era más importante que haber alcanzado el grado de mayor. Se sentía poeta, loco, enamorado, tremendamente capaz de una tarea superior a la que le habían encomendado. Leiva lo molestaba pero no alcanzaba a irritarlo; estaba por sobre eso. Ya casi era martes, pensó en Romeo y Julieta. Cerró los ojos, sintió, percibió, que el operador de radio le alcanzaba un mensaje, contestó:

-¿Sí? Balladares lo escucho. -El operador le dijo que adelante, con el chofer, había dos señores oficiales tomando café. –Entonces, espere que terminen.

Uno de los oficiales preguntó si era urgente; Balladares respondió con un cómplice movimiento de cabeza.. luego le leyó el informe. Al final el mayor Orgaz le dijo que pidiera a la Central le comunicasen con un número determinado. Cuando le pasaron la comunicación preguntó:

-¿Julieta?

-Sí, aquí Julieta.

-¿Cómo está?

-Muy bien, un poco preocupada. ¿Y usted?

-Lo entiendo. Quería decirle algo…

-¿Sí?

-Que la amo; que estúpidamente me he enamorado de usted.

-¡Gracias! Pero eso ya me lo dijo ayer. (Antes de ayer, corrigió él.) Bueno, sí. Lo siento, por el otro teléfono está llamando mi marido.

-Gracias, ¡adiós! ¡La amo!

-Gracias, yo también.

En la Central se estaba grabando la conversación. Ya estaba claro. Los techos del rancherío que estaba en el bajo eran de una variedad irreal de infinitos matices grises, ni uno exactamente rojo, ni uno azul, ni verde, ni amarillo, sino que todos grises y ni uno enteramente del mismo gris, sino que cuando menos de dos o tres tonos distintos, sus declives tampoco eran uniformes y miraban hacia los cuatro puntos cardinales, según el capricho –o la necesidad-, de su improvisado constructor, por lo general el o los mismos habitantes. Reinaba el más grande irrespeto a la geometría y al color, pero de puertas y ventanas colgaba una infinidad multicolor de bacinicas, ollas y otros tiestos como maceteros, desde los cuales nacía la primavera cada día. Orgaz llamó a Leiva y dio la orden: primero una sostenida ráfaga de ametralladoras, y luego, el asalto. Todos los hombres debían ser reunidos en la cancha de fútbol. No hubo resistencia de ningún tipo. Sólo un llanterío de críos asustados y un griterío de mujeres que protestaban. Orgaz, que seguía la acción con anteojos de larga vista, encaramado sobre el techo de la micro, observó que los no protestaban (y además que habían dormido toda la noche). De pronto se dio cuenta que estaba rodeado por fuerzas que no eran las suyas. Lo encañonaron y lo hicieron bajar, lo desramaron y lo llevaron hasta un jeep en el que había un oficial de grado superior que ordenó lo esposaran y le taparan la vista. Antes de ser fusilado por traidor, lo degradaron. En el acto, Leiva comandó el pelotón.

C.Briones

1979

Colonia, RFA

Nota:

Sé, que la solución que presento no es equitativa, que mi investigación fue inútil (más la invención de algunos recovecos y huelga decir que las muchas versiones, tendenciosas todas, se contradicen), que mi punto de vista, ajeno a la invención, es débil. Pero sostengo:

-que en la guerra, la muerte de un traidor es a su vez la de un héroe y una más como la de cualquier otro;

-que la muerte de uno puede ser la de muchos (Leiva se electrocutó en la bañera de su casa, enteramente vestido y de civil, quienes lo encontraron, encontraron, además, 10.000 dólares y un pasaje de avión con destino a Londres, comprado el día anterior; Balladares, resbaló en la entrada del edificio donde vivía, se golpeó el cráneo y se desangró, se supone que fue a medianoche, el resbalón; el oficial que llevó la orden de fusilar a Orgaz, ya ascendido a general, pereció en un accidente aéreo, debido al mal tiempo aseguró un experto de vuelos, las muertes de cinco periodistas que han escrito sobre el caso);

-que la guerra la hacen los necios;

-que no creo en el valor de los que mueren como valientes; que mucho más honesta es la posición del que se aferra a la vida y que llora antes de morir.

Eso es todo. Evité, expresamente, señalar que los perros –infaltables en un rancherío- habían aullado toda la noche.

Observación:

Hasta aquí, así, este relato fue publicado en el suplemento El Fantasma de la Glorieta de un diario onubense … Por intermediación de Ricardo Bada, colega, escritor y periodista, redactor de la Deutsche Welle, el poeta Juan Drago lo incluyó en el mencionado suplemento. Eran otros tiempos, lo sé. Yo ya había leído a Charles Bukowsky y me había emocionado su emoción cuando vio publicado por primera vez uno de sus cuentos. Me subía por las paredes, dice Bukowsky. Yo intenté subirme por las paredes, pero no me resultó, pero pude emborracharme. Eran otros tiempos lo sé. Una fotocopia de El Fantasma de la Glorieta me acompaña todavía. A veces, muchas veces, la he regalado a mi amigos, la mayoría de las veces, después, me he arrepentido. Nunca he retribuido el gesto generoso de estos dos poetas onubenses, les he expresado de muchas y muy discretas maneras mi agradecimiento, pero sigo sintiéndome en deuda. He intentado imitar a Ricardo Bada tratando de ser puente entre Santiago de Chile y Huelva, así como Bada lo hizo entre Colonia y Huelva, pero he fracasado.

Lo Franco, Chile

06.07.2000

 

 

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