Donde el sexo recibe la más ardiente dádiva

 

y

 

corresponde con igual generosidad

 

(de "Territorio del fuego")

 

Antonio Porpetta

 

 

 

 

 

Cúspide del incendio:

un edicto de fiebre nos reclama

con su sed de amapolas

el óbolo final de este preludio

tan largamente hermoso.

                                       Ya se abren

tus pétalos, ya escucho

tu rojo palpitar,

la balada candente

que surge de tu hondura.

                                       Qué respiro,

qué aliento inagotable

en este fontanar,

en esta alegre herida:

                                  no hay camino

que no conduzca a ti, ni singladura

que no rinda sus naves

en tu ardiente bahía.

Con la urgente liturgia de los dioses

me invitas al banquete:

qué impaciente rubor,

                                   qué madrugada

se desata en mis labios

al ver ese verano,

                             ese intenso verano

que en ti se despereza...

Ya se arquea

la cumbre de tu ojiva,

y tu umbral se me brinda enardecido,

y se agita en sus ascuas

tu vivo campanil, el diminuto

crisol de tu arco iris.

                                Ya te acercas

voraz cuando te ofrezco

mi altivo pedernal, mi masculino

resumen de la brasa:

                                 Muy despacio

mi furia se sumerge

en la dulce penumbra,

va llenando tus huecos,

recorriendo tus pliegues,

                                        habitando

tus lentos terciopelos,

las sedas y damascos de tu cauce.

Qué fluvial acogida, qué refugio,

qué olvido en este algar,

en este tibio infierno que me ofrece

su abrazo y su dominio.

                                      Da comienzo

la danza ritual,

la felina pavana que nos funde

en un secreto antiguo,

y crece su fervor, y se reitera

su mórbido vaivén,

                               y se convierte

en un tenso galope,

en un rítmico vuelo sucesivo...

Desde lejos,

desde el puro linaje de la sangre,

un huracán de fuego se aproxima,

avanza, nos rodea, nos invade

con su veraz augurio.

Qué tierna combustión, qué llamarada,

qué horizonte de polen su premura:

ya está junto a nosotros,

ya nos roza, nos prende,

nos envuelve, nos cubre...

Y al fin llega la lluvia,

nuestra cálida lluvia enloquecida,

dos frutales tormentas al unísono,

un vendaval de espigas compartido,

un feroz manantial que nos devora.

Y después,

                   un estero,

                                    un clamor,

                                                       una larga ribera,

un cántico a la vida.

 

 

                             *  *  *

 

Ahora todo es paz en esta alcoba.

Las paredes no salen de su asombro.

Las lámparas envidian nuestros cuerpos.

La noche nos contempla emocionada.

Detrás de los cristales,

                                     el invierno camina.

 

 

 

 

 

SUMARIO