Elsa López

 

 

EL GATO

 

A Elsa Estrella

 

Llegó por una esquina de las enredaderas.

Con los pasos muy lentos subió los escalones

y se quedó mirando tu libro y mis geranios

y aquellos macetones con las flores de mundo salpicándome el alma

igual que las estrellas salpican por las noches el cielo tan azul.

Era un gato con la mirada triste y el gesto indiferente

con que todos los gatos te devuelven el grito

con que siempre los echas del patio de la casa.

Era un gato diurno. Venía sólo a mirarme

y a ver cómo comía el pan y los lagartos de tu ausencia diaria.

A leerme las cartas que nunca te enviaba

y a ponerme en las piernas el tierno ronroneo de tu desnuda espalda.

No me fui dando cuenta de que era imprescindible,

de que ya no podía dejar de acariciarlo,

de hablarle de tus ojos y cómo te brillaban

al untarme de aceite el pan de cada día,

hasta que ya no vino.

No me fui dando cuenta de que era necesario

en nuestra pobre vida de ausencias y milagros

hasta que la más pequeñita de todos los de casa

se plantó una mañana delante de mis brazos,

—los ojos transparentes navegando deprisa por el café con leche —

y se puso de trapo la lengua y los zapatos a darme explicaciones.

Ya no viene. El gato ya no viene. Se fue el gato. Se fue.

Y se puso a buscarlo descalza por la hierba recogiendo naranjas,

sacudiendo las ramas del manzano de indias

y pisando ciruelas de los prunos redondos que adornan el  jardín.

Ni vuelves tú ni el gato por las mismas razones

—lo he pensado sin lágrimas—.

Te has  ido y ya no vuelves.

 

SUMARIO