DON RAMÓN Y DON BERNARDO *

Juan Antonio González Márquez

 

 

            Puede el lector imaginar a los dos protagonistas de este magnifico libro subiendo la suave pendiente que nos  lleva desde la carretera a la casa de Capela, a finales de enero, cuando don Ramón iba a su campo extremeño a ver florecer los almendros. Don Ramón con su boina de siempre, don Bernardo, su hijo, con gorra inglesa de paño. Se oye el murmullo de la conversación... Una vez en casa don Ramón lee y toma notas en su mesa de trabajo, en uno de los laterales del espacioso y grande despacho-biblioteca, el que mira camino de La Albuera, don Bernardo ocupa el opuesto, el que está en dirección a Almendral...

         En esas paredes, en sus anaqueles, en sus libros, en sus fotografías, en sus postales y carteles, en sus archivos y manuscritos, en su magnífica colección de cartas autógrafas se encuentra mucho de  lo más vivo, de lo mejor y más interesante de nuestra historia patria del último siglo.

         Parte de esa conversación fluida, de ese diálogo sostenido durante tantos años, más toda una labor encomiable de ordenación e investigación seria, rigurosa, pero, al mismo tiempo, llena de cariño, de ternura y de respeto y amor a la obra de su padre es  lo que nos ofrece Bernardo Víctor Carande en la última de su obras publicadas. Su título Ramón Carande, Una biografía ilustrada (Fundación El Monte, Sevilla, 2003, 348 páginas).

         Y es, o puede ser, nuestro don Ramón puerta de entrada y salida en nuestro siglo (pasado) pues nuestro personaje –su persona y su personalidad– puede ir iluminando los acontecimientos y las situaciones más interesantes y relevantes de nuestro reciente pasado y nos va a presentar ya en distancia corta, ya en plano largo, a muchos de los más destacados e influyentes protagonistas de la vida española – y extranjera– de la última centuria.

Y es que la vida de don Ramón fue larga, fecunda, plena y llena de un entusiasmo vital contagioso y que, como la de los antiguos sabios del mundo clásico, nunca perdió el sentido de la admiración y de la curiosidad por las personas, por las cosas y por todas las circunstancias que le tocaron vivir. Don Ramón es palentino de nacimiento, sevillano de adopción, extremeño de vocación y, sobre todo, fue un español consciente que supo declinar su ser español con nuestra urdimbre europea.

Y este don Ramón tierno y seductor, exigente y riguroso consigo mismo nos va a ir presentado, a través de la escritura de su hijo, a aquellos maestros, a aquellas personalidades históricas con las que tuvo ocasión de aprender, de disfrutar, de dialogar o de debatir pacíficamente: su padre, don Manuel Carande, a un Luis Bonafoux con quien pasea por París y que le aconseja la lectura  de don Juan Valera, su maestro don Francisco Giner de los Ríos, sus compañeros de Facultad –entre ellos Manuel García Morente– , sus maestros extranjeros (Von  Below, Finke, Meinecke, W. Sombart...), a miss Gould, a Flores de Lemus, a don José Ortega y Gasset por quien entra en la Agrupación al Servicio de la República y por quien rechaza la cartera de Comercio del gobierno  Azaña,   a este don Manuel –y su consejo, ¡Hay que leer a Ortega!–, a todos sus “raros”, a sus amigos en el exilio (Sánchez Albornoz, el marqués de Pedroso...), a sus apadrinados en la Academia de la Historia (Valdeavellano, Díez del Corral, Mata Carriazo), a Juan Lladó, al marqués de Urquijo o a los más jóvenes como Alfonso Otazu.

Un don Ramón que nos va a ir desplegando el reinado de Alfonso XIII, la Alemania de anteguerra, la dictadura de Primo, el 14 de abril, la República y su papel como Consejero de Estado, la Guerra, los terribles años en el Madrid sitiado –años de temor, de hambre, de tristeza, de zozobra– sus detenciones y sus visitas a las checas. La vuelta a Sevilla y a Extremadura en la posguerra, su nombramiento como Consejero Nacional del Movimiento –salvoconducto vital y sus agradecimiento a Pedro Gamero del Castillo) y su uso de tal uniforme y de tal cargo para interceder por sus amigos necesitados, el apartamiento obligado de su cátedra sevillana, su vuelta a la Universidad y a la enseñanza... las esperanzas democráticas y sus años laureados, donde justamente la vida le rinde homenaje a su ser y hacer personal.

Pero hay en la vida de don Ramón algo importantísimo para nuestro tiempo –para cualquier tiempo– y es su épica y moral del trabajo intelectual, su dedicación al oficio de historiador y su vocación como maestro. Épica, moral, oficio y vocación que culminan en su monumental Carlos V y sus banqueros, obra que nos descubre y nos trae a los españoles –también a la cultura occidental– una nueva forma de encarar, de ver y analizar nuestro pasado –también para comprender  y vivir nuestro presente–. Obra en la que se le pregunta a  la Historia de forma novedosa, y que gracias a esto, la misma Historia nos habla con nuevos acentos, con nuevos matices, descubriéndonos caras ocultas, desconocidas o ignoradas. Obra que Ortega en carta al mismo Carande (29-XII-1945) radiografía cabalmente: “Se trata de un tipo de labor que, hasta ahora, había sido infrecuentísimo en España –labor a la vez, sólida de datos, de nueva investigación en papeles y archivos pero estructurada con la geometría del pensamiento” (Ramón Carande, pág. 80). Don Ramón también abre y funda en este campo fecunda escuela.

Si esencial es el papel  que juega este Carlos V... en la historiografía española no comprenderíamos plenamente el lugar de Ramón Carande en nuestra cultura si ignoramos la importancia de su obra memorialística y de la rica y numerosa correspondencia a la que antes hemos aludido. En Galería de raros don Ramón –su heterónimo, Regino Escaro de Nogal– da voz y perfil a sus “raros”, ágrafos que sin su galanura probablemente yacerían sepultados por el polvo de la historia. Raros y ágrafos sin los cuales nuestra memoria sería más pobre y nuestro siglo más corto. Y así don Ramón nos lleva a la tertulia, al archivo o nos acompaña en el paseo para que podamos hablar con Diego Angulo Laguna, Luis García Bilbao, Pablo Gutiérrez Moreno, Laureano Díez Canseco, Duperier, Miss Gould, Soltura, Francisco de las Barras...

Y las cartas... Don Ramón compartió esta noble afición con su  querido Emperador. Bernardo Víctor Carande sabiamente nos pone la miel en los labios y si Stefan Zweig construye El mundo de ayer como si tuviese unas diapositivas ante sus ojos, Bernardo Víctor nos pone fotos y cartas de y a don Ramón. Las que aparecen en el libro son impresionantes –algunas llenas de un dramatismo desgarrador– y cito las que más nos han interesado: las de Claudio Sánchez Albornoz, Ortega y Gasset, las de Manuel Martínez Pedroso –marqués de Pedroso-, las de sus discípulos y pares extranjeros Federigo Melis, Ferdinand Braudel, Marcel Bataillon, las del ex ministro Fernando Suárez, las de Luis Urquijo, Luis Díez del Corral, Valdeavellano... Sirvan también estas líneas para animar a nuestro autor en su noble empeño de ir editando esta fundamental correspondencia donde aparecen nuestros personajes en su humanidad plena y donde hay lugar para la confesión y la confidencia, la gratitud y el consejo, o el enojo y el reproche y, siempre, la amistad.

Esta obra Ramón Carande. Una biografía ilustrada está  plenamente ensamblada con la anterior de Bernardo Víctor, la novela o como él mismo quiere denominarla “fábula  verídica”  Regino y la cultura. La primera juventud de Ramón Carande (Sevilla, Alfar, 2001) que recorre narrativa o fabuladamente los primeros treinta años   que en el siglo XX vivió nuestro protagonista y que es continuación de dos bellísimas novelas de saga familiar e histórica Suroeste (Barcelona, Destino, 1974) y Don Manuel o la agricultura (Barcelona, Destino, 1979). Con registros narrativos distintos pero complementarios bien podemos hacer nuestro propio retrato de este don Ramón Carande, del que bien podemos decir  que gozó de una singular, larga y fecunda  vida propia.

*Por distintas eventualidades, este artículo no fue publicado en su momento. Lo ofrecemos aquí como complemento a otro trabajo del mismo autor que figura en nuestro duodécimo número.

Don Ramón en los años veinte

(foto cortesía de Rocío Carande)

 

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