POEMAS
Cesc Fortuny
LA MADRE DESHABITADA
En esa víscera
referencial
hay paisajes que quieren
ser mirados,
achuchones que desean
pequeñas larvas,
como un matrimonio de yonquis.
Las ardillas
arden
como velas turbadas que quisieren
ser fantasmas,
se desmoronan
nuestros bosques nocturnos,
y se tornan mares de pequeñas luces
y elefantes de lodo.
El sol resbala
sobre el lomo traslúcido
de la jeringuilla de mi padre,
arrancado de su masa
me ahogo en la existencia.
He leído los
árboles
descompuestos como toros de barro,
pulverizados como rapadura de babosa
planta paralítica o piedra en coma.
Los manantiales
son cigarrillos
hambrientos
que vomitan el vigor
antes de fundir su estirpe
en océanos de tiniebla.
Arroyos de
herrumbre,
montañas de vileza,
dóciles prados
donde maduran las máquinas,
y donde tú y yo
nos escondemos de las mutilaciones.
Este arrastre
lánguido
despojado del Verbo,
esta exhalación insomne,
tripas de seda
en el desolladero de nuestros frutos.
Las plantaciones
del escaparate
dormidas en la bóveda eclipsada
son el único sustento que nos persiste.
Los truenos son mangostas muertas.
NACIMIENTO
y me dijiste: «He aquí mi primer hijo
yo que nada sabía del ridículo gesto
de nacer»
“Narciso en el acorde último de las flautas” 1979 Leopoldo María Panero
Que lloren los
ojos de la nada
en las puertas de los templos,
que lloren las puertas de los templos
en esta erupción solar,
sobrepasando
nuestra capacidad de extinción,
y el beber del lodo del tiempo.
La vieja carne no
sabe igual
en este espejo lleno de islas
que refleja
como un dolor de parto
el rostro insomne
del que busca el apearse eterno.
La vida es una
prostituta
que se vende al que más paga.
Por la tarde,
cuando las mujeres
cierran los ojos
y besan a sus muertos,
los frutos del viejo bosque
atraen a las bestias,
que se comerán el mundo, otra vez.
Tarde negra,
agujeros que la larva horada
corredor infinito
vasto océano del semen.
MUJER SUBASTADA
Rechinan tus
rasgos
por la calle infringida,
como los glúteos
entumecidos de la muerte
vomitan la lluvia
que disciplina tu carne,
que desvincula tu embozo
y te maquilla de Dios.
Tus agotados
muslos
eximen el deseo
de raíces fangosas,
que retiran las brújulas
de punzón hipodérmico.
Tu engaño
enmudece
en el abrigo de tu entrepierna,
que llora sus faltas
sobre una tierra sin útero,
como el árbol violado.
La vida es un
simple latido
la muerte el principio de nada,
una bomba de amnesia
incomprensible discurso del mundo
ensordecedoras sombras
que discuten a oscuras.