POEMAS

 

Saray Pavón Márquez

 

Engelke-s_world@hotmail.com

 

 



Ars Amandi :
(el arte de amar)


Hay músicas, hay versos

condenados a conservar

el influjo de poetas

que descansan entre libros.

 

Lenguaje, métrica, temas...

palabras inusitadas

como el odio de Marinetti

hacia la dulce luna.

 

Rotos vínculos con lo real,

una destilación de sentimientos,

del fuego poético,

de poemas que son

y no dicen.

 

Arraigada evasividad

pese al pesimismo patente

en pasajes pasados.

 

Mas tú,

ese tú de carne y hueso,

de cuerpo y alma;

ese juego de oposiciones,

esa jubilosa fluidez

de versos libres.

 

Ese universo ajeno,

esa poesía desnuda,

ese sesgo entre pétalos y espinas.

 

Tú,

mi inspiración literaria,

mi anhelo del amor.

 

Tú,

palmo a palmo,

en cada verso,

en cada beso.

 

 

 




El verbo se hace carne:

La curva del mundo son tus labios moderados,

tus ojos, de la poesía sin viento, parte;

tu nariz, el ingrediente secreto, sería ya

y tu alma aljibes de claridad y de silencio

y las páginas que siguen, estimado lector.

 

Tus manos son las telarañas deshabitadas,

las dueñas de experiencias de paso, con mis huellas;

tu espalda corresponde a ese camino indirecto

del arte, la armonización de dos lenguajes,

mientras tu pelo es la vulnerabilidad pura.

 

Las vetas de la madera son tus dedos suaves,

tu saliva es un corazón de tinta, palabra

a palabra, aquella envoltura no carnal;

tu piel tan sólo va cubriendo aquella desnudez,

tu mirada es el efecto eco de los fragmentos.

 

Tu vientre es mi piano fetiche donde el ombligo

es el botón de apagado de historias de cuerpos,

tus dientes son la pasión que no piensa en nada,

que va de incisivo a pezón porque en tu boca o voz

el verbo se hace carne.
 

 

 

 



Soledad doblada:

Ya voy desmontando ese telón rojo,

quitando los paneles del tablado

y todos los hierros que lo soportan.

 

Recojo las copas, manteles y luz,

apago los altavoces, la tele

y mis ojos de mirada intrigada.

 

Limpio el suelo, los cristales y mi voz

que tiene tu nombre cosido a fuego.

Hoy barro la sombra, el miedo y tus labios.

 

Despacio, sin despertar a la noche,

cierro la puerta y voy por las lustrosas

veredas, con la soledad doblada

 

y las partículas del corazón

que van creciendo, lentas,

por mis manos.

 

 

 




De cuando estuve frente a ti:

Las palabras se quedaban sin pulso,

el jazz se me escurría por los dedos;

tenía la nuca empapada de ti,

y, de mis poemas, eras el centro

de gravedad.

 

Los cuerpos eran instantes sin uso,

mi voz buscaba, a mil kilómetros,

tu guerra; tan dormida hablaba de ti

mi boca e inerme latía el lucero

de soledad...

 

...que

mis lunares buscaban autobuses

de encuentro y, de espacios, más toboganes;

el verbo inspirado era nuestro aliento

sin mañana y tenía en mi costado

tus suspiros.

 

Mis manos temblaban como esas luces

de farolas, canciones y lugares,

y en nuestros pechos crecían, de viento,

tatuajes; tu voz tenía alma y fado,

y vacíos...

 

...que

tejían todas las noches de insomnio,

de un susurro, apagado, con Sevilla

en el paladar, con ese jazz suave, y

por mi escote se te escapaban ganas

de morderme.

 

Mi voz buscaba en ese diccionario

cómo hundirse en tu camino, en tu villa

o, quizá, en cada una de tus aves y

astillas ancladas en sábanas

sin simiente.

 

Las venas se quedaban sin palabras,

los dedos se escurrían del jazz sado;

te empapabas de mi nuca sudada

y mis poemas eran ese centro

de gravedad.

 

Los usos eran instantes sin cuerpo,

a metros, tu guerra de sábado

buscaba mi voz y la sal gastada;

mis mantas, tus piernas y mi lucero

de soledad.

 

Pero, tranquilo, que nada queda ya

de cuando estuve frente a ti.

 

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