POEMAS
Saray Pavón Márquez
Ars Amandi :
(el arte de amar)
Hay músicas, hay versos
condenados a conservar
el influjo de poetas
que descansan entre libros.
Lenguaje, métrica, temas...
palabras inusitadas
como el odio de Marinetti
hacia la dulce luna.
Rotos vínculos con lo real,
una destilación de sentimientos,
del fuego poético,
de poemas que son
y no dicen.
Arraigada evasividad
pese al pesimismo patente
en pasajes pasados.
Mas tú,
ese tú de carne y hueso,
de cuerpo y alma;
ese juego de oposiciones,
esa jubilosa fluidez
de versos libres.
Ese universo ajeno,
esa poesía desnuda,
ese sesgo entre pétalos y espinas.
Tú,
mi inspiración literaria,
mi anhelo del amor.
Tú,
palmo a palmo,
en cada verso,
en cada beso.
El verbo se hace carne:
La curva del mundo son tus labios moderados,
tus ojos, de la poesía sin viento, parte;
tu nariz, el ingrediente secreto, sería ya
y tu alma aljibes de claridad y de silencio
y las páginas que siguen, estimado lector.
Tus manos son las telarañas deshabitadas,
las dueñas de experiencias de paso, con mis huellas;
tu espalda corresponde a ese camino indirecto
del arte, la armonización de dos lenguajes,
mientras tu pelo es la vulnerabilidad pura.
Las vetas de la madera son tus dedos suaves,
tu saliva es un corazón de tinta, palabra
a palabra, aquella envoltura no carnal;
tu piel tan sólo va cubriendo aquella desnudez,
tu mirada es el efecto eco de los fragmentos.
Tu vientre es mi piano fetiche donde el ombligo
es el botón de apagado de historias de cuerpos,
tus dientes son la pasión que no piensa en nada,
que va de incisivo a pezón porque en tu boca o voz
el verbo se hace carne.
Soledad doblada:
Ya voy desmontando ese telón rojo,
quitando los paneles del tablado
y todos los hierros que lo soportan.
Recojo las copas, manteles y luz,
apago los altavoces, la tele
y mis ojos de mirada intrigada.
Limpio el suelo, los cristales y mi voz
que tiene tu nombre cosido a fuego.
Hoy barro la sombra, el miedo y tus labios.
Despacio, sin despertar a la noche,
cierro la puerta y voy por las lustrosas
veredas, con la soledad doblada
y las partículas del corazón
que van creciendo, lentas,
por mis manos.
De cuando estuve frente a ti:
Las palabras se quedaban sin pulso,
el jazz se me escurría por los dedos;
tenía la nuca empapada de ti,
y, de mis poemas, eras el centro
de gravedad.
Los cuerpos eran instantes sin uso,
mi voz buscaba, a mil kilómetros,
tu guerra; tan dormida hablaba de ti
mi boca e inerme latía el lucero
de soledad...
...que
mis lunares buscaban autobuses
de encuentro y, de espacios, más toboganes;
el verbo inspirado era nuestro aliento
sin mañana y tenía en mi costado
tus suspiros.
Mis manos temblaban como esas luces
de farolas, canciones y lugares,
y en nuestros pechos crecían, de viento,
tatuajes; tu voz tenía alma y fado,
y vacíos...
...que
tejían todas las noches de insomnio,
de un susurro, apagado, con Sevilla
en el paladar, con ese jazz suave, y
por mi escote se te escapaban ganas
de morderme.
Mi voz buscaba en ese diccionario
cómo hundirse en tu camino, en tu villa
o, quizá, en cada una de tus aves y
astillas ancladas en sábanas
sin simiente.
Las venas se quedaban sin palabras,
los dedos se escurrían del jazz sado;
te empapabas de mi nuca sudada
y mis poemas eran ese centro
de gravedad.
Los usos eran instantes sin cuerpo,
a metros, tu guerra de sábado
buscaba mi voz y la sal gastada;
mis mantas, tus piernas y mi lucero
de soledad.
Pero, tranquilo, que nada queda ya
de cuando estuve frente a ti.