POEMAS

José María Barredo

Advertencia 

No hay brillo de metal en el abismo
que oculta la distancia de un recuerdo.
Hay luces, pero nunca nos aguardan,
simulan esas sombras que la mirada hurtan,
engañan a los ojos imprudentes
y juegan a ser día, o la secreta noche.

No hay cielo que gobierne cien mil nubes
ni el eco de una piel que no se pierda
entre las voces que todo lo confunden.
La lluvia que nos moja es la nostalgia
que un tiempo ruin, melancolía,
nos roba sin dejarnos nada, dispersa
cada brizna de la vida, sin remedio.
El aire que deshace la memoria.

Silentes corazones entre velos,
son huellas del pasado.

Erguidos los altares destinados
al dios del olvido que todo lo desdeña.

 

 

 

Confesión

Si algo sucedió a nadie importa,
el día siempre comienza sin retraso,
oficio del día inalterable
y si algo ocurre es sólo circunstancia,
asuntos que nunca nos conciernen
que nunca nos confían las horas,
ni el tiempo, la vieja maquinaria
que rueda con ritmo desbocado
y sabe que debemos conformarnos
con la docilidad de los que viven
por vivir. La vida es apariencia.

Palabras no hay más que las precisas,
los años se suceden a sí mismos
con la monotonía que dicta ese reloj confuso
que empuja los minutos sin descanso,
tal vez el destino es sólo eso,
fronteras que nunca traspasamos.

No hay sombras que enturbien el futuro
y a nadie importa cuándo ni el por qué
de las cosas y si es que ocurre algo,
que llueva sin llover, las piedras no se turban
y un grito no significa nada
en el silencio. Ya no quedan fantasmas
que ronden entre sueños.
 
No hay nada que nos haga levantarnos.

 

 

 

El sueño de la nada

Del sueño de la nada dibujamos
el hilo de otra vida,
un lápiz de pálidos colores,
la nada en otro sueño sin destino,
bocado de tierra, hojas muertas.

La corteza reseca, un esqueleto,
a la que el sol acobarda, porfiamos
en mostrar el brote verde,
entre marrones, inocencia fugaz
de ingenuos que prestan los oídos
a mil voces sin hallar nunca la nuestra,
suspensos del sueño de la nada,
figurantes en un acto de la farsa
que otros ejecutan cada día.

La tarde de ese otoño que dura
un suspiro es nuestra tarde,
la lluvia seca es nuestra lluvia,
la luz que se deshace entre las nubes
es la que bendecimos.
Las sombras que mendigan su hueco
entre las sombras, antes de que anochezca
son nuestras sombras.
Esclavos del sueño de la nada.

 

 

El tiempo, la distancia

Los pasos, que vuelan sin medir
el tiempo y la distancia,
son huellas que ya no pisarás,
palabras que nunca has pronunciado
pero que imaginaste alguna vez,
cigarros sin fumar en el bolsillo
de la vida que desapareció.
Recuerdos, polvo sin más,
disfraces de una fiesta con manchas
del pasado que es la nada.

Mirada que ya no tiene voz,
retrato de un ángulo impreciso
que muere entre las sombras.

La vida por vivir no guarda restos
del imposible sueño en que la fantasía
se hizo nada, ligeras alas de papel
que atravesaron cielo y suelo
y allí, en la nada, reposan
los años que se mueren sin memoria,
dorado metal adormecido.

Son días que no escriben la historia,
son horas que le sobran al mañana.

 

 

La foto

La foto, blanco y negro,
el rostro que el tiempo desdibuja,
perfil oscuro,
la sombra irreverente de la vida
fugaz, trampa mortal de los años,
espacio ciego,
teatro del engaño, también los ecos
de voces que reclaman,
que pretenden su hueco en el recuerdo,
espejo sin cristal que lo silencia todo.

La foto de colores sin color,
lejano sueño de alguien
que nos mira desde el tiempo.

 

 

Nombres

No sé de quién se trata,
viejas fotos que pueblan la pared
y la pregunta sobre un nombre,
que no me dice nada,
no descorre ningún velo, ignoro todo
de sus vidas, fantasmas sumergidos
en un sueño que ya nadie lo sueña.

Las fotos suspendidas sobre un mueble,
vaga memoria de familia,
marcos ovalados en un muro,
o en la sombra del pasillo
donde apenas se les ve,
ni más altos ni más bajos que cualquiera
de nosotros, en grupo, o por parejas.
Sus rostros, el eco, la historia de unos años
que son niebla en el recuerdo,
sombras, nombres de los antepasados
que ya están olvidados,
que no reconocemos y sin embargo
hay vida en esas caras,
en ese jardín que les acoge, el espacio
donde se aposentan, en el falso decorado
en el que sonríen, ufanos, tal vez aguardan
que recordemos sus precisos nombres,
o acechan contra el tiempo
y hasta puede que hablen entre ellos.

Quizás es que sólo esperan, pacientes,
con la certeza del que sabe
que el tiempo no dura casi nada,
confían que la decrepitud
culmine su trabajo y el velo
que ha de ceñirse, lo saben,
se cierre sobre cada uno de nosotros.

 

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