RUTINAS (1+1=n)
Rosa Yáñez Gómez
Mandó a la mierda al médico con una soltura inesperada para alguien que aparentaba no haber mandado nunca a nadie a la mierda. Si era cierto que le quedaba un mes de vida consideró que era lícito al menos mandar a la mierda al portavoz de tan grave noticia. Se marchó con pensamiento de dirigirse a su casa pero la sola idea de encontrar allí a su esposa fue suficiente para disuadirle y empujarle dentro del primer tugurio que se cruzó en su camino. Su señora esposa se encontraba en aquel mismo momento sudando las sábanas acompañada de un moreno cuyo nombre desconocía. Había contraído matrimonio con el señor notario hacía cinco años, ella 25 años y él 67, seis meses después de que su novio, con el que convivía desde hacía un año, se marchara a comprar wisky y no volviera más llevándose tan sólo lo puesto y probablemente un tanga negro con encajes que desapareció del cajón al mismo tiempo que él. Nunca supo si se perdió por el camino, fue secuestrado o abducido por extraterrestres, simplemente desapareció. Tras la boda se fue a vivir a casa del señor notario donde le tocó convivir con la madre del mismo, señora religiosa y pía donde las haya a la que desde hacía décadas se le aparecía la virgen todos los viernes a las 6 y media y la ponía al día de los acontecimientos que estarían por suceder. El primer viernes tras la llegada de la nueva mujer del notario, la buena señora advirtió a su hijo de que aquella chica sólo quería quedarse con su dinero y no le quería. Afirmación sensata por cierto, pero por desgracia tan cierta que fue suficiente para mandarla de cabeza a una residencia donde quedó desde entonces acusada de senil y loca.
En casa del notario las asistentas del hogar iban y venían desde siempre y cambiaban de cara y nombre tan rápido que el notario hacía mucho que dejó de tomarse la molestia (si se la tomó alguna vez) de aprender el nombre de las chicas y simplemente las llamaba a todas Petra en honor a la famosa heroína del cómic. La Petra que trabajaba en la casa cuando la señora madre del notario se marchó a su residencia de relax fue pronto considerada por la esposa del notario como demasiado voluptuosa para permitir que se quedara. Confirmó su idea la señora del notario cuando vio por la puerta entreabierta de la cocina a su señor esposo posando las manos con toda energía sobre las nalgas de la señorita Petra que reía la gracia aparentemente dispuesta a no perder el trabajo bajo ningún concepto. Aquella Petra no volvió a pisar la casa sin que la señora del notario diera jamás más razón para ello que su falta de talento en la limpieza del hogar. Invariablemente las subsiguientes Petras superaban con creces los cincuenta años y los 70 kilos de peso. Se valorará desprecio por el aseo personal.
El señor notario se sorprendió al encontrar en el tugurio aquel a Petra, no se hubiera imaginado nunca que pudiera encontrarse en otro lugar que no fuera su propia casa (la del señor notario, se entiende) o que pudiera vestir algo distinto al uniforme y la cofia. También le extrañó el seco saludo con que correspondió a su sorprendido y exagerado gesto, y es que en casa siempre había sido dulce y cariñosa, sumisa y dispuesta como pocas. Se sentó al lado de la visiblemente (para todos menos para el notario) disgustada Petra y le contó punto por punto el proceso de diagnóstico al que se había sometido hasta llegar al momento en el que había mandado a la mierda a su médico. Fue regando su discurso con una copa tras otra que se servía él mismo de una botella con un líquido de color incierto y conforme avanzaba en su relato fue regándolo también de perdigones de saliva y palabras pronunciadas con la dificultad de una lengua dos veces mayor de su tamaño normal. Petra se había marchado dejándole inmerso en su discurso hacía un buen rato cuando el notario se dio cuenta de que no quedaba nadie en el local, las sillas estaban patas arriba en el mostrador y un amable caballero de considerable envergadura, piel oscura y con un ojo de menos le invitaba amablemente a abandonar el local a la menor brevedad previo pago de la roncha que tenía pendiente.
Petra se dirigió a su casa caminando a buen ritmo y acordándose de la buena señora que trajo al mundo al señor notario. Llegó pronto al suburbio, quitó el candado y la cadena y apartó el somier de muelles que hacía las veces de puerta en la chabola. Dentro se encontraba su hombre durmiendo la mona sobre un colchón sucio en el suelo con un tanga negro con puntilla, que no era de Petra, sobre la barriga. Petra se sentó en el sillón y se echó a dormir tranquilamente. Por la mañana dejó a su hombre aún durmiendo a pierna suelta y se marchó a la residencia de ancianos donde se trabajaba a la madre del señor notario a fin de sacarle los cuartos. Era viernes, así que sería un día interesante.
El moreno se levantó de la cama cuando consideró que la señora del notario se había quedado por fin dormida por el espaciamiento de sus ronquidos. Se dirigió como una flecha hacia el bolso de la señora mientras se vestía, tareas llevadas a cabo a la vez con una pericia que sólo podía deberse a la práctica. Sacó los cien euros del monedero y se marchó de la casa llevándose de paso una foto de la señora con unos años menos y un bikini minúsculo en algún puerto deportivo del sur de España. La foto acabó en la cartera junto a otras como la de una chica con uniforme y cofia que conoció una vez en la puerta de la residencia de ancianos donde trabajaba su novia. Bajó rápidamente cruzándose sin saberlo con el señor notario a la altura de la esquina y entró más tarde en el primer tugurio que se cruzó en su camino y que no era el de costumbre pues éste ya estaba cerrado a cal y canto.
El notario llegó a casa, se colocó su pijama de rayas celestes y se metió en la cama junto a su esposa. La besó en la mejilla y le susurró suavemente con una dicción deficiente pero voluntariosa: "enhorabuena cariño, te ha tocado la lotería".