POEMAS

Felipe Fuentes García

MIRA ESTE HUMILDE CLARO

Mira este humilde claro retenido

a proa de la tarde:

                                El blanco ciervo

que ha venido en la luz a derramarse
ha dado al campo herido
toda la intensidad de su memoria.
En él todo se aviva y amanece,
sólo el sauce orillado pone oscuro
a contraluz –en llanto- el contrapunto.

(Tienta en vano tu llave los portones,
los perdidos desvanes donde azuza
su jauría de látigos el viento.
El viento que te arrastra fugitivo.
El viento que en sus rápidos golpea
las desnudas campanas de los páramos).
¿En qué delgado filo que no perdona
guarda el tiempo
tanto holocausto de sépalos marchitos,
tanta renuncia al ser del ser que se sustenta,
día a día, dejando
su testamento póstumo de abrasados sentidos?

 

Mira este campo enhiesto.

Sabes bien que hay más noche,
que en la sombra hay más sombra todavía.
Y qué, si oyes el mar, rumor abajo,
y qué, si ahora la niebla anuncia despedida.
Si puedes ver, sentir cómo en silencio
pulsa un laúd el aire en la retama
o alza su música un azul piadoso,
habrás obrado en ti el prodigio,
no el de mover montañas, que de nada te sirve,
sino aquel, ya olvidado, de la luz.



 

 

FLOR DE LLUVIA

Abrupta es la mañana de la escarcha
sobre el tacto feraz del campo abierto.

Pero el íntimo abrazo derramado
cala en la fuente de quietud del bosque
como soplo o entraña o como útero.

 

El humus.

                    La serena mansedumbre de la vida
en el descenso hacia su todo.

 

Como el cántaro asume plenitud,
servida el agua clara,
como los nombres duran en el aire
para nutrir el eco,

                               estar
permanecer aún en la impalpable
demolición oscura de la piedra.
Yacer en orfandad hasta sentir de nuevo
la ingrávida caricia, los últimos latidos
de quien, al requerirnos, nos redime.

 

Húmeda voz contra el olvido,
el cuerpo a cuerpo donde el polvo o germen
aún en el amor encuentra fundamento.

 

 

 

NADA PUEDO DECIR

Nada puedo decir del que se asoma
ni logro oír, al cabo, su pregunta.
(Fuera braman los búfalos del viento;
sus esquivas cervices resuenan en los álamos.
Abrupta, el agua se derrama a ciegas rachas
por los desfiladeros de las horas).

Y me acerco, inquiriendo, hasta su límite:
La tersa piel bruñida me devuelve
un latido de invierno con fulgor de azogue.

¿Hasta qué hondo pozo,
bajo qué velo oculto del espejo
debería afinar su delgadez el tacto
para así pronunciarme en quien me mira,
saber de él, nombrarlo con piedad,
sentir, al fin, su roce ante mis ojos?

Me encamino hacia el otro, hacia su imagen,
y sé,

          cuando

                       me cruzo,               al otro lado.

                                        que el

                        ocurrir                    encuentro
          
puede

solo

 

 

PARA SOÑAR CONTIGO

Para soñar contigo bajo al valle
donde, en alas de música y acento,
siento un rumor de ti que llega, siento
como un río, llegando, por tu talle.

 

Quisiera detener, aunque me estalle,
el corazón cuando te trae el viento;
no sea que, al latir, mi mar sediento
sobresalte tu luz, tu voz acalle.

 

Mas tus ecos resuenan tan vernales,
con tanta intensidad y dulcedumbre,
que el ansia de tenerte se hace lumbre

arbolando rubores. Tan reales
que, despierto a tus ojos, voy buscando
–cómo, febril– la eternidad del cuándo.

 

 

                          EL VUELO

Recorren mis pupilas
los ámbitos profundos
entre lentos abrazos,

                                   Alas,
audaces ondas de alargadas manos frágiles.
De súbito, me yergue,
me arrastra el vuelo hasta la blanca cúspide
del vértigo y, tendido, en abandono
por sus anchas banderas,
bebo el secreto cristalino de la altura.

 

A los pies del vacío una gaviota
yace en asombro muda,
áptera, ciega, encadenada.

                                             Y yo,
con la voz sofocada de los náufragos,
en silencio, sin pausa, voy muriendo.

 

 

 LOS ÁLAMOS

Late oscuro el silencio:

Sigilosos se han ido, uno a uno, los álamos;

puedo ver en el aire su nunca cuerpo ahora.

 

En tanta ausencia derramada, en tanta
agonía de luz
¿cuánto de mí –me digo- permanece
ahora que la brisa inunda el tacto
para decir, para decirme
lo que, después de todo,
al fin cabría pronunciarse?
(Fugaz devuelve su memoria
-como brasa tardía-

 

La caricia solar sobre la piedra).

 

Late, a tientas, el aire. Todo
en la noche se afirma fugitivo.

 

Qué aventura la vida:

Palpar mi piel, saberme cierto,


sentir que estoy aún, porque contemplo,
al murmullo de frondas,

la firmeza sin cuerpo de los álamos.

 

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