POEMAS

Antonia Álvarez Álvarez

AL OTRO LADO

Lo que la piel no cerca, lo ancla el aire.

Más allá de la piel están la mesa,

los libros, la ventana, los espejos,

un verso desdentado, a medio hacerse,

la rosa del jarrón ya deslucido...

El  aire es su morada transparente,

el último acomodo que ambicionan;

son notas de color que lo salpican:

cimbrean,

con su estar,

su arquitectura.

Se dejan ser al cuido silencioso

de la matriz nutricia que los vela,

cubriéndolos de tarde o de mañana,

y tal como han nacido los mantiene,

así, entre su pureza, desvestidos.

Sólo el tiempo fatal les pinta ojeras,

y una pátina tierna es su desdoro.

Más acá de la piel nada nos cubre.

La piel es la verdad de nuestro manto,

nuestra frontera última,

la sola

muralla que divide el infinito.

Tras el aire, la piel que nos recoge,

nos ahonda en lo nuestro, nos abriga.

 

 

 

Tan solos en nosotros que olvidamos

de cuánta soledad se viste el frío.

 

 

 

RECUERDOS

En esta tarde larga de verano

se posa la mirada,

y lentamente el sol muere en caricias

dulces sobre los surcos. Oro vivo

parece la arboleda.

                                En alma viva

queda la frágil piel de los recuerdos.

 

 

 

PAISAJE 

Corre el río, y el puente

que partió en dos mitades

la alta tarde de agosto

no sostiene los pasos que anudaron orillas.

 

 

Busca el árbol la lumbre

que remonta los tesos,

y es hermoso este cielo donde el día se esconde.

 

 

Pero duele el murmullo en el fondo del agua,

y es dolor el ocaso que desangra los ojos.

 

 

 

PAUSA

Hoy le prendió una flor a la tristeza

en la solapa gris:

                             por el instante

se deslizó la dulce, cariciosa

mirada de la vida;

pero un soplo de tiempo, repentino,

desparramó la rosa.

                                Vuelve siempre

la cantilena agraz de la nostalgia.

 

 

 

 

PARA TENERTE

 

                              exspectet facilemque fugam ventosque ferentes.

                                                                                VIRGILIO. Libro IV de ENEIDA        

Para sentirte, amor, para tenerte,

he de cerrar los ojos

y apagarme,

dejar que el tiempo amare en mi mirada,

llenarme el pensamiento de tu nombre

para palpar así tu no presencia.

Para vivirte, amor,

he de soñarte

enteramente mío,

deshojado

de todo lo que el día te regala,

de todo lo que pisas y aprisionas:

desnudo de las cosas que te visten,

temblante de sentir,

grávido en besos,

nacido en el umbral de la distancia,

nadando por el sueño en que te abordo,

lejano del instante que te erige.

 

 

 

Y así podrán mis manos retenerte

y acariciar el rostro de tu olvido.

 

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