de

Miguel Ángel Gargiulo

miggargiulo@hotmail.com

 

 

Armónica

 

Vas a mirar el vértigo de frente, a la cara,

después cerrarás los ojos y levantarás

los brazos hasta la línea de los hombros,

ahí, ahí nomás... Lentamente tu cuerpo

empezará a girar, sincronizado con la órbita

de las esferas celestes, hasta que te rodee

un rumor confuso, como de luces.

“¿Están allí?” – preguntarás.

“Estamos aquí” – responderán.

“Me alegra que estén aquí” – dirás.

“Nos alegra que estés allí” – dirán.

 

Y eso es todo, ya estás bailando.

 

 

Lucecita intermitente de la memoria

 

Las palabras, todos sabemos, duran poco,

sin embargo las imágenes duran menos,

parece que van a estar siempre

y de repente explotan ¡Pum! como

burbujas, y mientras dura el eco hay

que volver a decirlo todo con palabras.

 

Así revivimos recuerdos como si 

hiciéramos un fueguito, o un jueguito,

viajando hacia atrás en el tiempo

volvemos a visitar personas y lugares,

y uno es más hábil, más lindo, más alto...

 

Lástima que cuando las cosas se repiten

tienen ese aspecto gastado, a fuerza

de ensayos y maquillajes, como

decía ese alemán quilombero, tienen

más de farsa que de tragedia.

 

 

El nieto de Matusalén

 

Tiene un negocio de compra y venta

de cosas usadas, regatea y especula

con la necesidad de otros y, como

tiene paciencia, gana bastante.

 

A la tardecita, si no hay nadie,

fija la vista en el horizonte

y está horas recordando un pasado

que no hace más que alejarse.

 

El hombre está grande, viejo, pero

no viejísimo, porque viejísima es la

injusticia, y él llegó después,

pero es seguro que ya estaba cuando

Constantinopla empezó a llamarse Estambul.

 

Y parece que está destinado a durar,

y a recordar fantasmas.

No sabe, o no quiere saber, que el

único lugar al que se regresa es al futuro.

 

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