ESTAMPAS INFANTILES

 

Antonio Redondo Andújar

 

arandujar@eresmas.com

 

 

 

 [PRIMERA]

 

 

Sale de mi espíritu.

La calle está habitada

por seres ridículos.

La vela se consume.

Por los pétalos rotos

entró la primavera.

Un humo sale de mi espíritu.

Ven de nuevo cubierto de anatemas.

 

     (El gato maúlla

escondido entre legajos,

papeles de muertos,

siniestros pasillos,

polvo acumulado

para acabar con la raza.

Sigue sus pasos...)

 

     Volveré a recorrer

el sendero de flores.

Las pisaré accidentalmente

como sólo la muerte

es accidente.

Me tenderé en la hierba.

El árbol que no es mío

esconderá en su seno

miles de insectos

y dará miedo a los niños.

Los pinos esconden

un jabalí inexistente.

Sólo el temor

antes de beber del manantial,

sólo el temor.

 

     (Escucho una armónica.

De mayor

quiero tocar la armónica).

 

     Me asomo entre las peñas.

Veo el bosque que fue mío.

Pienso en el suicidio

entre las peñas.

Sé que es pecado.

Me entristezco. Desciendo.

Me tiendo sobre la hierba.

El viento es enemigo mío.

Me olvido de comer.

Sólo tengo celos.

El agua es cristalina.

Mojo mi cabello

intentando apagar

el humo de mi espíritu.

 

 

 


 

[SEGUNDA]

 

 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco

querían matarme.

Yo les dije: “¡Mañana!”,

pero insistieron con sus cometas

hasta que no quedó nada más que altura

y pétalos de cera deshojados en el suelo.

 

     (Han de volver por mí

para impedir que colme de palabras

este extraño poema).

 

     “Pronto -dirán-

se queda solo

como arpegio simbólico”.

 

(¿Dónde está ese fulgor

que amamanta a las flores?

Hemos derribado

mi sombra y yo el sepulcro

de la existencia inicua).

 

Y luego les diré:

“Cuando volváis por mí

sólo hallaréis desierto”.

 

 

 


 

[TERCERA]

 

 

Abrí la mohosa puerta:

sus goznes cedieron.

Insectos diminutos resbalaron del dintel

e hicieron nido en mi pelo.

Pensé: “no importa”.

 

     (En el umbral tragué la oscuridad

poco antes de que ella me tragara.

Mis pies descalzos parecía

que acariciasen piel.

Un insecto había descendido hasta mi ojo

y se deleitaba contemplándose

en el espejo del iris.

Vi señales en el muro

que no supe descifrar.

El insecto trataba de alcanzar

el secreto de la vida

adueñándose de mi ojo

desnudo y desvalido.

Quise salir por otra puerta mohosa,

custodiada por tres mujeres impuras.

Sus uñas afiladas y sus dientes lascivos

hicieron de mi cuerpo

una mortificación, pero vencí).

 

     Abrí la mohosa puerta:

sus goznes cedieron.

Insectos diminutos resbalaron del dintel

haciendo nido en mi pelo.

Y yo pensé: “no importa,

si puedo ver la luz

con mi único ojo”.

 

 

 


 

[CUARTA]

 

 

Inclinarse, inclinarse

sobre la flor abierta,

sentir su languidez,

lamer sus pétalos, su tallo

penetrando en la tierra...

Devoradlo,

mas no toquéis la tierra.

 

     (Esconded el demente sosiego,

transformadlo en continuo arrebato).

 

     Dulce, dulce placer

acariciar el espumoso polen

y dejarlo en el aire

para que renazca de nuevo

esta vida inaudita y solemne.

 

     (Desaparece pronto la quietud,

se transforma en continuo holocausto

para caer después

en un vacío ancestral,

en una lúgubre noche de silencio,

en un vacío seductor y maníaco).

 

     Se ondula, se contonea

y cae.

El viento es el asesino,

el hombre es el asesino.

Todo tiembla,

mas la flor necesita

su polen seductor,

nuestra caricia efímera...

 

     (Se desea colmar

de peces el desierto

con la sola esperanza

de encontrar un oasis).

 

     Entonces, sólo entonces

la flor se desvanece

y pasa a devorarla el hombre

sin masticarla apenas,

sin lamerla siquiera.

 

     (El hombre entre las flores

o una única flor...

¿Has visto en esta estampa

una mujer?).

 

 

 


 

[ÚLTIMA]

 

 

Dame un vaso de vino.

Tengo el corazón

perdido en un punto

de un viejo mapamundi.

 

     (Un león al volver

la esquina de mi casa

me devoró y yo grité:

“¡Madre!”).

 

     Es absurdo pensar.

El campo siempre será verde.

En otoño, amarillo.

Y los árboles

devorarán la tierra,

dejándonos huérfanos.

Mañana

volveré a comenzar

amándote y amándome,

como si todo fuese

un tren estacionado

pero, a la vez, móvil

o una cometa que gira

sobre un eje invisible.

 

     (Cayó un rayo del cielo.

    El árbol no pudo escapar.

Se desbarataron

todas sus miserias.

Todos sobrevivimos

al naufragio.

Todos,

menos la muerte.

En la Iglesia

todo continuó sumido

en su rito ancestral

de eterno sacrificio.

Se incendió el confesionario.

Las campanas repitieron

su monótona existencia.

Olvidé mis naipes

y volví apresurado

donde todo se confunde

con lo verde).

 

La mutación llega al pájaro.

Huyen y permanecen.

Sólo ellos conocen

lo atemporal, lo inaudito.

 

(Se apagaron las velas.

Una ráfaga de viento

ha poseído el mundo.

Las ratas y los gatos

están muertos).

 

 

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