Bernardo Víctor Carande

o

el campesino ilustrado

por

 

Juan Antonio González Márquez

 

 

 

 

A Rocío Carande

 

 

...Y ya en el portal de Capela miramos el horizonte y aunque estábamos a finales de julio escudriñamos el próximo otoño, tan importante para el campo, por la montanera, para la siembra, para las primeras hierbas de la otoñada... Lleno de tristeza, pero muy convencido de tu labor, nos decías que las vacas y las ovejas estaban mantenidas a pulso desde hacia un año por la sequía y por el capricho de la "lengua azul". Que qué lejos quedaba el campo de Bruselas, de Sevilla o de Mérida. Hablamos de la soledad de  estos campos nuestros, de este  suroeste nuestro, desde "Capela" a otras fincas en mi recuerdo, "El Cuco", "Las Manchorras", "La Pizarra"... Y, ahora, con las lluvias, te vas... pero nos queda tu recuerdo, tus libros, tu cariño, tus hijos y tu gran obra "Capela".

"Capela" es la finca, el cortijo de Bernardo Víctor Carande. Está situado el caserío en una loma suave en la carretera que nos lleva desde Almendral a La Albuera. La casa está rodeada de almendros plantados por don Ramón Carande, padre de Bernardo Víctor. Una de las últimas fotos de don Ramón tiene este paisaje como marco. Eran sus últimos años y no quería faltar a la cita de la floración de sus almendros. Allí lee, protegido por su boina  y por una manta, la melena al aire...

Bernardo Víctor, niño republicano, formado en el Colegio-Estudio y en el sevillano San Francisco de Paula, hijo del Consejero de Estado en la República, hijo del Consejero Nacional del Movimiento y catedrático de Economía Política depurado y sin alumnos, licenciado en Historia, amante del teatro, con vocación literaria, decide el camino más difícil: ni la cátedra, ni el Banco Urquijo, ni la escena... Quiere ser agricultor, campesino, ganadero, labrador. Se hace cargo de las fincas del abuelo, don Manuel, y heredadas por su padre, don Ramón. Se instala en "Capela", se rehace, se remoza la casa, se construyen instalaciones, se adquieren aperos y animales y comienza su gran aventura vital e intelectual, pues la misma pasión, el mismo cariño y la misma cordura e inteligencia puso en el campo que en su obra artística y en su quehacer intelectual.

Bernardo Víctor fue agricultor y ganadero. Y, muy orteguianamente, quiso dar cuenta de su circunstancia e, incluso siguiendo el mandato de don José, quiso salvar esa circunstancia. Y esa empresa de salvar la circunstancia la realizó intelectualmente y la construyó poco a poco, con primor, con dedicación en sus campos, en la dehesa limpia y cuidada, en el encinar, en su casa-cortijo siempre abierta y vivida, en y con sus trabajadores, con sus animales, en sus retintas, con las merinas, en los detalles más mínimos que cualquier acompañante podía observar paseando por sus caminos y veredas.

Su obra como narrador, como novelista, e incluso como poeta, no puede ser entendida sin este quehacer suyo en el campo de nuestro suroeste. Sus novelas tienen que ver con estos paisajes nuestros, así Suroeste[1], Don Manuel o la agricultura[2] o su Libro de agricultura[3]. Y este horizonte vital y material, esta problemática, también está presente como raíz en las obras que Bernardo Víctor dedica a su padre, con distintos registros pero complementarios, su  Regino y la cultura[4] o su Ramón Carande, una biografía ilustrada[5].

Suroeste, Don Manuel y Don Regino forman una novela triádica, de saga familiar, de fábula verídica -como me señala en alguna dedicatoria- en la que sabiamente se entremezclan la familia Carande y el suroeste, Castilla, Extremadura y Andalucía, Sevilla y Badajoz, Almendral y la Alameda de Hércules, Madrid y la Institución Libre de Enseñanza, Capela y Berlín... desde el abuelo prontamente viudo hasta el magnífico empeño vital e intelectual de don Ramón Carande. Componen un magnífico friso español desde los albores del XIX hasta el final de la II República y el comienzo de la Guerra que rompió nuestras esperanzas. Ensambla Bernardo con sabia maestría el discurso de la historia y la narratividad literaria, en un vaivén y con una cadencia que nos traslada suavemente desde el placer del texto a la interrogación histórica: es España, su ser histórico personificado en sus gentes, la que se nos muestra en estas páginas. Sus ilusiones quebradas, sus quehaceres, sus sentidos y sus sinsentidos, sus tragedias y sus hombres honestos, la moral del trabajo y del esfuerzo, la complejidad y las aristas de nuestro ser.

Bernardo Víctor Carande es quizá el más grande de nuestros escritores que han tenido al campo como fondo y como último argumento. Y en este sentido su Libro de agricultura es único y en los tiempos venideros será difícil comprender qué fue la España campesina, la España-despensa, la España-sabia sin leer sus textos. Bernardo no escribe del campo, escribe desde el campo. No habla de oídas. Su rostro, su pluma, sus palabras están profundamente enraizadas en esta circunstancia de la que sabe dar cumplida e inteligente cuenta. No es un reportero ilustrado. Sabe de las majadas, de los regatos, del cultivador y la besana. De la liebre y la oropéndola. De la pela y de los corcheros, de los pellejeros y de las barcinas de paja. Ha arado, segado, trillado. No es, no fue un "señorito", aunque fuera "Don Bernardo". Se equivocó, se ilusionó, pudo desesperanzarse, pero supo aprender y supo amar estas tierras, a estas gentes. Y quiso dar testimonio de ello. Se convirtió en notario, en escribidor de todos nosotros que  todavía nos identificamos en esas vivencias, en esos olores y sabores y en esas formas  de vida ya casi inexistentes.

Su tarea como narrador no se agotó ahí. Durante algunos años -sobre la década de los sesenta- alternó su dedicación en el campo con su otra gran afición: el mundo de los toros. Fue fotógrafo taurino en El Ruedo y cada vez estaba más orgulloso de aquellos años y de aquel oficio. Recordaba a sus amigos toreros, ganaderos, mayorales... al gran  Zé Julio, el torero de Vilafranca de Xira,  presente en algunos poemas de su libro inédito -y el más ibérico de todos- Poema de Setúbal. Parte de estas andanzas por los ruedos están recogidas en Memoria de piel de toro[6],  publicado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla en el año 1980. También su biografía Bienvenida, Papa Negro[7] o su novela corta Jinetes de  llanura sin caballo[8], que forma parte de un proyecto más amplio, estarían en el mismo horizonte narrativo.

 

Fue también Bernardo Víctor  creador de una originalísima publicación titulada, como no podía ser de otra manera, Capela. Boletín de información personal de un hombre que vive en el campo. Esta Capela de papel, del todo alejada de la prosa gris y subvencionada, recogió a lo más granado del pensamiento y de la literatura española -y de allende de nuestras fronteras- del siglo XX, desde Valdeavellano a Romero Murube, desde José Antonio Maravall a F. Braudel, de Julio Caro Baroja a don Ramón Carande, firmando con su heterónimo Regino Escaro de Nogal...

Y en esta Capela, en su número  17, de abril de 1983  y en sección creada para tal ocasión, “Philosophia”, que hacía realidad el “möglisches seminar” anunciado en números anteriores,  recibimos nuestro bautismo de fuego el grupo de amigos que poco más tarde pondríamos en marcha Er. Revista de Filosofía: Juan Antonio Rodríguez Tous, Manuel Barrios Casares, Paco Martínez Pérez, José Antonio Antón Pacheco, Manuel Castro Ruiz y quien esto firma. Capela fue un lujo, un lujo del suroeste para el mundo.

El Boletín, humilde pero grande, lleno de rigor y ternura a la vez recogía la experiencia de Bernardo en otras publicaciones como Aljibe o Libélula. Todas estas virtudes como verdadero dinamizador cultural, como "guerrillero erudito", con una enorme generosidad intelectual fueron también consigna al dirigir las publicaciones literarias de la Diputación Provincial de Badajoz Nuevo Alor  (Revista extremeña de creación y crítica) y Alor Novísimo.

Pero no haríamos justicia a Bernardo Víctor y no seríamos amigos de la verdad si este retrato evocativo terminase aquí. Olvidaríamos el "daimon" de Capela, el espíritu y el carácter de su creador. "Capela" son sus muros, sus graneros, sus bibliotecas y los despachos de don Ramón y de Bernardo, su cocina con la chimenea en la que cabe un hombre, sus habitaciones y sus doblados... y el ambiente cautivador que rodea todas aquellas estancias. Paredes y habitaciones impregnadas de liberalidad y cultura, de lucidez y de trabajo honrado y digno, de conversación y diálogo atento y sosegado con una jarra de barro con cerveza "Sagres" en la mano. Es el consejo, la pista, la ayuda para continuar un trabajo. El libro oportuno, la revista de principios de siglo, el cartel evocador o la fotografía en la que un maduro don Pedro Sainz Rodríguez saluda al "solitario de Capela". Solitario, sí, pero solidario y amigo de todos los que respetuosamente nos acercábamos a su casa y nos sentábamos a su mesa. Cuanto amor, cuanta dedicación a la cultura, a la escritura, a la pintura, a la fotografía, al cómic, al teatro, al cine, a los toros, acumulan aquellas paredes y estanterías.

Todos estos combates combatidos por Bernardo Víctor aparecen –cual Neftalí hebreo y orteguiano- en su último libro, Memorias, 1932-2002[9]. Texto hermano del parcialmente inédito Tiempo y lógica y en el que nuestro autor pretende “clavar la azagaya de la lógica por la llanura del tiempo”. Tiempo y lógica que en su caso se despliegan por sus ciudades vividas (Sevilla y Madrid), por el ferrocarril, sus libros, su biblioteca, sus coches y sus viajes, su pasión por la pintura  y por el golf y sus confesiones finales, su arte de vivir, por haber vivido  o por haber combatido sus combates de una forma tan original.

 

 

 

Bernardo Victor Carande (en el centro) con el autor de este artículo (a la izquierda)


 

[1] La novela fue finalista del Premio Nadal y publicada por Destino, en su colección Ancora y Delfín, en 1974.

[2] Destino, Barcelona, 1976.

[3] Editora Regional de Extremadura, 2ª edición, Mérida, 2002.

[4] Editorial Alfar y Diputación de Sevilla, Sevilla, 2001.

[5] Fundación El Monte, Sevilla, 2003.

[6] Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1992.

[7] Diputación Provincial de Badajoz, Badajoz, 1997.

[8] Caja de Ahorros de Badajoz, Badajoz, 1991.

[9] Los libros del Oeste, Badajoz, 2005. Y faltarían por citar sus libros de poemas Manuel Conmigo (1953), Penillanura (1986), Del sol, el halcón, las lanzas (1988), Detrás de la Gioconda (1990), La verónica inverosímil (2001). Las novelas y cuentos De arribada (1983), El abalorio (1998), Cuentos del medio ambiente (1981) y los Cuentos republicanos (1988). Y entre sus ensayos El guerrillero erudito (1980), Vía periférica (1980), Viaje y estancia andaluza (1981), El año de la sequía (1983), El cuarto de siglo (1985), Besana y abolengo (1990), La historieta de la vida (1998) y El sesmo de la vida (2003)

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