La bufanda de cuadros

 

Rosa María García Barja

 

 

 

La bufanda de cuadros abriga las estrellas colgada y olvidada en el patio... 

Pasada ya la medianoche, tiempo del último cigarrillo en la calma rojiza de la candela, mi padre cumple el rito. 

Troncos de olivo crujen lentamente  apretujándose como  amantes en la noche; con la misma calma  con que sucede  todo en su vida, saca  del bolsillo  el  tabaco y prende una ramita en las ascuas para  encenderlo. Como si fuera la última, disfruta  cada calada  haciendo figuritas con el humo.

Hace frío.  Es diciembre.

Las casas se silencian  se adormecen y se apagan.  Solo los perros alertas en los corrales dejan lastimero aullido a la escarcha mientras se les hielan los huesos.

Las calles vienen a morir a la plazoleta, tres calles por donde bajan la calma el silencio y el invierno. Allí  está el fuego, redondo como un abrazo compartido.

Canturreando en voz baja se acomoda en una de las chuecas  al resguardo del viento donde disfrutar de la soledad de la  madrugada antes de que el sueño le arranque otro día a su viejo calendario.

A su alrededor las ventanas  se han ido cerrando para guardar las historias entre sabanas almidonadas.  Duerme la mentira en cada pliegue,  y el miedo apaga hogueras  de amores prohibidos.  Las caricias mueren encerradas tras los muros de cal...

El cigarrillo no dura para siempre...  Es duro el frío esta noche. La espalda  se queja y con las manos en los bolsillos gira despacio para adecuar el cuerpo a la lumbre.... Lejos, al principio de la calle una farola rota  distorsiona una silueta. Parece un hombre. Los brazos  caídos a lo largo del cuerpo, camina  cabizbajo medio escondido tras la  solapa de una chaqueta raída. Conforme se acerca, su desastrada figura se hace mas lastimera. Tiembla. No se si solo por la helada que esta cayendo. Acerca sus manos a la llama al tiempo que dice, -fría noche amigo-  Mi padre asiente con la cabeza y mas que nunca deseó tener a mano la bufanda de cuadros.  Pobre hombre. Respira con dificultad y aun así, como si de un último deseo de  condenado se tratase, le pide un cigarro.

 Fuman los dos. Callan los dos.  Dispares pensamientos los mantienen alerta  aunque sus miradas estén fijas en las caprichosas figuras del fuego... 

 A lo lejos unos chavales tocan la guitarra y suena un villancico flamenco, dulce voz de nana para una Navidad  que se despierta.

 Una pregunta paró la música y los silencios... – Tendrá alguna ropa de abrigo que ya no le sirva amigo? Voy de paso y me temo que este relente me detenga-  Y con una mueca  simulando una sonrisa terminó diciendo: la candela, su cigarrillo y su compañía serán buen equipaje para mi camino.

 Mi padre volvió a la casa a por aquella pelliza que guardaba en la percha de la carpintería, en la puntilla del patio la bufanda dejaría de abrigar a las estrellas para ser abrazo de caminante en el cuello de aquel forastero...  Le dio las gracias escondiendo los ojos y alzó la mano en una despedida que sonaba a “nunca”.

Se apagaron las luces, la candela, los perros y la algarabía.   Olía a romero quemado y a miel en la cocina de la casa. Cerrado el cerrojo, toda la vida que pasa por la calle, no importa ya.  Diferente como el fuego sería el día de mañana...

 

Y  la mañana, como si despertara de un mal sueño,  borrosa  de niebla con el paisaje desdibujado se colaba en cada estancia sin pedir permiso.  Mi padre solía decirme  “despertarse no es solo abrir los ojos”   Y yo nunca  quise  saber que significaba aquello.  

Si aprendí de sus silencios.  También me enseñó a ver, y no solo a mirar...

La rutina y la normalidad se instalaron de nuevo en el pueblo después de las fiestas.  Al almanaque le habían salido arrugas y lo olvidaron allí donde en otro tiempo había estado colgada la bufanda de cuadros. Viejo diciembre de 1969.

Nada cambia... nada nuevo de que hablar en el recién estrenado año. En ninguna puerta de la plazoleta se aireaban sueños. En ninguna ventana y en ningún corazón se arreglaron grietas, ninguna lumbre calentó sonrisas, ningún viento apagó dudas, y en ningún rincón  se olvidó la guerra...

Una noche mi padre miraba la televisión. Yo pude ver como la impotencia pasaba por sus ojos. Un silencio que duele –pensé-

 En el telediario, la imagen de un hombre,  indescifrable mirada que se salía del contexto, le recordó una figura distorsionada por la luz  de una farola rota.

La misma desmadejada figura, como un quijote apaleado.

Preso.

La noticia de primera plana:

“Eleuterio Sánchez Rodríguez, alias El Lute delincuente peligroso, ha sido apresado por la Guardia Civil después  que se fugara del Penal del Puerto...”

Sintió frío... pero su bufanda de cuadros y su pelliza estaban al otro lado de la pantalla calentando el alma de un presunto asesino.

...Se llenó una vez mas el vaso de tinto y lo bebió de un trago.

-Amargo le debió saber-

 

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