MUSSIC HALL

 

(algunos poemas inéditos, 1927-2005)

 

Antonio Fernández Molina 

 

 

 

 

MUSSIC-HALL

 

Agita sus brazos

en cualquier rincón

sujetando con su manos la nada.

Mas allá

las cabezas ausentes

el humo oculta los espejos

y ríen, ríen sin consideración

dos mandíbulas africanas

y dos mejillas japonesas.

 

El vaivén de las largas trompetas

se aleja por la puerta entornada

hacía el fondo marino de la calle

por la que llegan hombres transparentes

y muchachas de edad incierta

con atuendos zoológicos.

 

Ríen los globos eléctricos

y en el rincón agita sus brazos

la dueña de los que ya se han ido

de viaje para no volver nunca.

La dueña

de los que han bajado el escalón.

Ahora son presencia.

 

(8-3-1961)

 

 

 

 

UN BOQUETE EN EL VIENTO

 

¡Piedad para los inútiles fantasmas

que la oscuridad convoca! Una vez,

y no fue en otra vida,

ni entre los forros de la mente o del tiempo,

durante un tiempo doble

anduve por el mundo.

Conocí de los edificios el alma

y de las familias la historia.

 

Entonces aparecían abiertas las puertas del espacio.

En el cielo

había varias lunas

y los árboles acompañaban mi deambular.

Tuve la ilusión de la fuerza

Me dejé invadir por la carcoma del sueño,

de los ágapes y las conversaciones infantiles.

Ahora el frío y la aglomeración se confunden con el calor y el silencio.

A lo largo del camino

el viajero arrastra su tiempo cual inútiles botes que

(en las piedras se enredan.

Los girasoles y las alcuzas están de perfil.

Las chimeneas, las esquinas y las proas de las embarcaciones

están de frente.  El bosque ofrece sus espaldas…

Los días de la semana

circulan en contraria dirección.

Jinetes apresurados,

hacen un boquete en el viento.

 

 

 

NO EXISTE PUNTO DE PARTIDA

 

La botella navega hacia la orilla.

Nubes ante el escaparate.

Una barra de hielo a punto de penetrar en el hueco del

                                                                             (ascensor.

La corbata recostada sobre la mecedora.

Llora un can,

canta la ciega junto al clavicémbalo.

Los anuncios dicen como estaría ya la mesa puesta.

 

La ceniza oculta las huellas del tiempo

tras un sonambúlico monólogo.

Nadie fuera a pensar que el balanceo de las corrientes

                                                                              (subterráneas

 

marcaría de fuego a los altavoces de las torres

donde las veletas miran hacia el porvenir

como si nada pudiera ahuecar al cascarón de la lluvia.

Ni el azúcar situado frente al retrovisor, tiene alguna

                                                                            (sospecha

aunque están a la vista los indicios

de una acción bien amarga.

Nubes en el escaparate.

Nubes frente a la cabellera algodonosa

de una sucinta peliculera.

 

La jarra derrama su entusiasmo

coloreado de vidriosos resplandores

y nos alcanza al vuelo.

La dentición de los peces,

pone sus comas en el embarcadero de los sábados.

 

Respiro juncos.  Empujo

el aire algodonoso y sin alas.

Voy a la deriva de las sospechas.

Pero no encuentro otras soluciones

que las de almacenar la lluvia cerca del valle

y responder a la troncocónica pregunta

mientras el maletín y el embalaje están encerrados tras la

                                               (puerta espejo del entusiasmo propio.

 

(28-7-1984)

 

 

 

 

LA RUTA DE MIRALBUENO

 

La ruta de Miralbueno crece

sobre la orilla de una esperanza. 

Arde su oloroso entusiasmo

entre las piernas de una máquina transparente. 

Los mejores habían llegado de lejos

cuando estuvieron dormidas las fronteras. 

 

El cereal iluminaba el cielo de las sacristías. 

La lámpara desde el ventanal

conduce los pasos de algunos transeúntes nostálgicos.

La pena ocultaba el forro de los cortinones,

disminuía a cada instante. 

Se levantó un monumento a la luna. 

Se colocó la llave entre el fango de alpaca. 

Cuando un ronquido a punto estuvo de seccionar al universo

                                                                                        (por su eje

alegres posecillas iniciaron un cancán

de viruta de espera

y el acordeón recorrió el trayecto de ida y vuelta. 

Cuando de madrugada desayunaron los viajeros

portaban tesoros en el lóbulo de la oreja

y sus sinceras sonrisas

estuvieron a punto de rasgar

las cifras impares de aquel almanaque,

de olvidarse de testigos, enfermos, guijarros,

las escaleras tortuosas,

del vino endeble, las piscinas oscuras,

de los compases rotos…

en definitiva, de los trozos de vidrio molturados sobre las

                                                                                 (aceras

y de la ruta de Miralbueno.

 

 

 

 

PEDIMOS LA CONTINUACIÓN DEL ARGUMENTO

 

 El tiempo transcurrido es corto.

No hay puerta de salida.

Pedimos la continuación del argumento.

Cae de bruces la estatua.

Es una ocurrencia de papel.

Llave sin esperanza,

una trifulca de miradas,

más allá de la esquina.

Se descolgó un miércoles

en el cruce de los acontecimientos.

Rincones con el alma de esparadrapo

buscando el alma de la lluvia de la desesperación

junto al canal navegable.

 

 

Cae de bruces un olvidado candil.

El calor de un diálogo resquebraja el murmullo.

Los desengaños aparecen sin rostro.

Y no hay solución.

¿Dónde está la pelota de goma de los años?

Ni llanto ni arrebatados impulsos.

Ni frío ni catalepsia.

Látigos y amapolas de dos cabezas.

Una oración tras otra. 

La cremallera, el rabo, la sordera…

 

 

 

NO APAGASTE LA LLAMA

 

 Los fantasmas desayunaron

donde fuera imposible colocar esta vela,

donde las ortigas poseen el afán

de crecer en las rendijas

sobre las losas de los sepulcros.

Pienso en lo que soñara el porvenir.

En mi desgraciada vida colmada.

En el fuego de mi entusiasmo

y en el líquido sin color de algunas decisiones.

 

Arrastra las alpargatas

sobre las simientes del palacio.

Los monstruos apacientan entre las multitudes.

Deja que el musgo crezca sobre tu rostro.

Deja que la pálida mariposa

surja del forro del chaleco de un sueño.

Pagaste tu destino.

No apagaste la llama.

 

 

LA TARDE DE PLOMO

 

 Rabos y cepillos. Muescas en la tarja.  Talegas, torreznos, bellotas, lombrices.

Yesca y telaraña.  Tapices de corcho. La tarde de plomo.

La salmodia crece. El cenicero se derrite.

Cepillos, espuertas, almazas.

Cerrojos, cedazos…

El fuego vence a la historia, más queda la leyenda.

Hormigas sin dueño. Vientos de otra parte, venganzas de plástico.

La nuez y su hueco.  El húmedo fósforo.  La palabrería de la vieja usura.  En el edredón el gusano crece.

Transplantaron cabezas de bestias.  Llegaron los aromas de ideas infames.

La madre,

la tía,

la cuñada,

la suegra…

la soga, el ladrillo, la caldera…

 

 

 

MURMULLOS ENTRE DIENTES

 

No fue por casualidad, cuando Pulgarcito saltara la valla muy bien sabían los observadores que los ladrillos se convertirían en polvo. La violeta, durmiendo entre las páginas de un libro de Arolas lanzó un suspiro resplandeciente. Mi pecho, dijo, es un volcán de saliva.  Una estrella regreso de la excursión polar. Las escopetas sin funda jugaban a los naipes, los caballos hacían cábalas sobre los auxiliares.

 

Era cosa de ponerse los abrigos por la cara interior.  Era ocasión de recorrer las sendas por una de sus orillas. Encontramos una bufanda debajo de un anuncio. Hola, pronunció. Estaba dispuesta a acompañarnos y hubimos de disuadirla. Los muros nos dirigían miradas de conmiseración.  No es para tanto señores. Nuestra piedra del pecho está dispuesta para recibir sorpresas. Piedad para los acróbatas, piedad para los vencidos.

                                                                                                          

Iré a la orilla del río

a recoger limpias piedras

con ellas regresaré.

 

Murmullos entre dientes pronunciando la lista de los números primos.  Murmullos de camisas rasuradas, de los pies en silencio.  El cinema hace una liquidación.  Mañana pasearán las butacas por el centro del prado.  Puede que el sol sienta angustia y frío.

 

 

 

 

NATURALEZA MUERTA

 

Un trozo de verja se refleja sobre un libro abierto,

sobre una página dónde se lee HORIZONTE. 

A la derecha una vela. 

Un tapón marcado X-7-, una llave

que abriría la funda de un violín. 

El reloj de pared señala las cinco. 

Un recordatorio sale de un sobre

donde se puede leer mi dirección. 

La rueda de un patín

y la espiral de una cinta de color. 

Un paquete de cigarrillos,

la botella de Anís Machaquita y un dedal. 

¿Cómo es posible?  

El cuadro está firmado en 1917.

 

 

 

NI HOY NI MAÑANA

 

Sale el tango del sobre,

los dientes de la noche y el día se solapan.

Mientras las jóvenes se apoyan en los balconajes,

vacíos de sus dueños,

los trajes masculinos descienden las escaleras.

llega el olor de un condimentado pedazo de tocino.

La moda sigue el rito de los tiempos

y, aconsejada por la verde salivilla de un incuestionado

                                    (animalito doméstico,

tacones admirables,

guantes parabrisas,

actúan con la naturalidad de un callista.

 

Roturas de vidriados tapices,

de sillas y de castillos de escayola,

de cascarones de huevos de avestruz.

La verdad es el azul o el cadmio.

El retumbar de las tinajas y el soplo asmático de las

                                              ( cacerolas,

se olvidan o se adormecen.

 

No existen palabras,

no existen silencios. 

Las cornucopias se apoyan en las espaldas,

los hombros soportan bombines y flecos. 

El vértigo es consustancial con el ajuste de los cinturones.

Sin pies ni cráneo,

Cual esa canción en torno a las lámparas de rasurado rostro.

Un ave deja caer sus pálidos huevos

a los pies de los escandalizados transeúntes.

 

Ni hoy ni mañana.

El galopar de las máquinas

inclina las melódicas visiones.

Se humedecen portales, garitos y chiqueros.

La niebla no socorre a las túnicas dispersas

ni la sombra del alcotán trae

otra cosa entre manos distinta

al cavar en la tierra.

Pon a buen recaudo

el humo de tu cabeza.

Flota en el horizonte,

Folio cernido  rompe las hojas de la guitarra

Calle labrada ven al encuentro.

 

 

 

 

 IR Y VENIR

 

Una apetitosa persecución de corzas bailarinas

fue el motivo

para que la parte superior de la dentadura de los dueños

                                                                                (huyera,

antes de que la fiesta fuera ya un fracaso.

La piscina se lleno del polvo del camino.

Los escarabajos borraron su primeras huellas

y, uno tras otro,

el cordero de colmillos de jabalí y el hueco recuerdo de las

                                                                                    (perinolas

estuvieron presentes.

 

 

Miedo, miedo a naufragar y sobre todo miedo

a ir más allá de lo que permite un empujón de columnas.

Lo que es el sonido del entrechocar de vertederas o de labios

                                                                                      (de bronce

o las no peligrosas palmadas de la pala y el bieldo

cuando el grano es surtido,

canela, fuego y azafrán.

 

 

Peripatético ir y venir

desde la piedra lunar hasta el extremo de la otra canción.

 

Canta, loca mía,

canta lo que quieras

rozaré tu piel con las

caricias de las plumas,

caricias de las aguas,

de las fuentes surgidas

por un golpe de tos.

 

Canta, leona de los amaneceres,

desenreda los ligamentos de la ciudad,

limpia tus rodillas y vete más allá de donde los juncos,

a ras del suelo,

juegan con la mariposa y la rana,

con la abeja y el abejaruco mecánico.

Canta, leona de los amaneceres.

Pon tu cabeza donde los pies estarían más calientes

y llévate cuanto a mano tengas en el diván.

Allí donde son más altas las montañas que la misma

                                                                           (circunstancia

de contemplarlas en la noche.

 

        

Ilustraciones: A. F. Molina

 

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