POEMAS

Agustín Arosteguy

 

 

 

Capacidad amatoria de un astronauta

 

A Celina Artigas

 

Aunque te suene a excusa, no deseo perder mi capacidad para enamorarme todos los días de vos y de tus diferentes vos de todas las mujeres del universo. Haciendo memoria, me parece que no te dije que soy astronauta. Sí, eso es, astronauta de cielo abierto con o sin estrellas, astronauta tanto solar como lunar, astronauta en películas como en la vida real. Mires por donde me mires soy un astronauta en el camino de querer ser eternauta. Como al final todos morimos por amor o desamor (bomberos, artistas, turistas, etcétera) cae de maduro que en algo uno debe o tiene que sobresalir. Y justamente acá radica, en lo que a mi respecta, mi principal virtud y mi deslumbramiento incandescente. Algunos poseen la capacidad de armar castillos medievales a base de cajas de fósforos, otros se llevan excelente con los avioncitos de papel y compiten a nivel mundial y, por supuesto, existen quienes dominan con los ojos cerrados a los barriletes más juguetones. En cambio yo, enamoro o me enamoro, depende el estado de las cosas, de los árboles en otoño, de las baldosas que piso, de los periplos de tus sueños y del arco de tu sonrisa. Mi fe, o lo que queda de ella, está puesta en la bendita filantropía. Por eso que no te extrañe que me vista mezclando colores y motivos, que no me peine por las mañanas, y que profese a boca de jarro que es preferible, para la circulación arterial, hacer el amor largo y tendido que rápido, corto y contundente. En este sentido, existen días en los cuales me siento irresistible, como la más perfecta golosina aún no creada, y compruebo que no hay mujer, planeta, o vía láctea que no caiga rendida a mis pies. Esto último dicho en el buen sentido de la expresión, si es que existe.

 

Del cielo conecto con la tierra, y voy y vengo haciendo miles de millones de veces el mismo recorrido. Buscando y, algunas veces, encontrando, desafíos para poder amarte de la manera más estelar posible: desde diferentes ángulos, con puntos de vista diversos, pero siempre con las mismas ganas astrales de comerme las estrellas.

 

 

Confidencias de enamorado barroco y surrealista

 

 

En las letras de tu nombre se esconde el resumen de lo que del amor espero. Menos mal que tu nombre no es muy largo y posee una letra que se repite. Siempre tuve miedo de terminar achacoso haciendo palabras cruzadas, crucigramas, sopa de letras, rompecabezas y demás, en busca de un amor imposible. Las letras de tu nombre son las fichas del dominó que juego en solitario y pierdo como un nabo. Confieso que nunca trabajé en una librería ni biblioteca ni siquiera en un kiosco de revistas, a pesar de todo no paro de escribir poesía en tu nombre, con tu nombre, por tu nombre, bajo tu nombre, sobre tu nombre, al lado de tu nombre. Acá te soplo uno de mis poemas:

 

Si te busco diciendo: marimari-dedó-pingüé

es solamente para que me ayudes con la rima

y con ella podamos cosechar

sueños, diapositivas, aventuras y corazones.

 

Si te susurro al oído: marimari-dedó-pingüé

es para que me enseñes a no exagerar con mi francés

y no lo pronuncie tanto con mi oreja sino más bien con mi boca.

Así yo podré lograr ese francés que tanto te divierte

y así vos me dirás entre risas ese: petit ballon rouge

que tanto me excita. Y luego de la merienda, al

mejor estilo francés, comernos a besos.

 

Si te llamo a los gritos pelados: marimari-dedó-pingüé

es para que me permitas desenredar las ideas

para una historia romántica ambientada en el barroquismo

 más pacato y a partir de ahí, juntos escribir

una historia de vida con vivero genealógico incluido.

 

Si me encontrás hablando solo diciendo: marimari-dedó-pingüé

es porque algún día tendré una embarcación

a la cual le pondré tu nombre con mi color favorito

para invitarte a navegar la vuelta al mundo.

 

 

Delivery de amor postal

 

 

Ya no me alcanzan los días para cocinar mis cartas. Tampoco me está quedando lugar en mi casa para que se oreen. Es que tengo de todos los sabores: las del medio son de afrodisíaco, las que firmé con seudónimo de deja vú, las últimas de subiditas de tono y el resto de más sutiles que el significado de la palabra. Las mantengo a todas recién horneadas y listas para enviártelas. ¿Pero adónde? Apenas me levanto, tiro los dados durante toda la mañana pero no consigo tú número telefónico ni tú dirección postal. Como no tengo actualizada la guía de teléfono reviso mis servilletas de papel y miro en el almanaque, aunque sin suerte.

 

Entonces me aburro y salgo a caminar las veredas del derecho y del revés −como quien peina canas− a ver si tengo la suerte de cruzarte, y que no te importe que juguemos a la rayuela de memoria debajo de los árboles, tiremos las payanas en la arena, mientras vos te enamoras de mi y no me decís nada, mientras yo te hago ojitos con total disimulo pero solo los semáforos se confunden, y piensan que es para ellos.

 

Te juro que hago todos los deberes a diario para conquistarte, reconquistarte, sobreconquistarte, recontraconquistarte, superconquistarte, y por otro lado, seducirte, amarte, perpetuarte. Ahora también me puse a hacer los mandados de mi madre, abuela, tía, hermana y primas, como entrenamiento para estar preparado y con todos los reflejos despiertos para cuando llegue el día no te puedas escapar ni te puedas deshacer de mí. A su vez, pruebo y sigo cambiando de ropa, de corte de pelo, de estatura, de peso, de color de piel, de boca, de ojos; una y otra vez muto y permuto, me saco fotos y las (ad)junto con esas cartas recién horneadas y prontas.

  

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