PASADO MI ECUADOR
Rufino Domínguez García
Fotografía: Blanca Morales Prado
1
Una casita en el campo,
cerca del pueblo.
Un perro grande y fiel,
que lo cuide otro
los días que yo no quiero.
Seguirme permitiendo unos cigarros
y algún vasillo de vino.
Seguir teniendo a los míos
sanos y salvos;
cerca y lejos a la vez,
sin remordimientos.
La luna,
los versos cuando son sinceros,
los amigos y el invierno.
Todo lo demás me sobra.
¿Todo...?
Está cayendo la tarde,
maldita sea,
y el corazón acaba de recordarme
que aún no está seco.
2
En contadas ocasiones
he disfrutado los goces del amor.
Siempre, por supuesto,
distantes entre si.
Nunca, ni una sola vez,
al amparo de la ley o la costumbre.
Y aun así
sé que fueron un regalo de los dioses:
otros
–yo mismo ahora–
viven con menos.
3
Pasado mi ecuador
–por mucho que se estire la esperanza–
he cedido al impulso
(la tentación, hubiese dicho a tu edad)
de salir a deshoras
para ver si te encuentro.
Solo, confuso, inquieto,
inútil y avergonzado,
avanzo por un túnel de desconciertos;
avanzo y callo.
Una plaza, dos esquinas, una callejuela y... ¡zas!
aquí te pillo, mi bien: aquí me matas.
Pero tú no atiendas
a estos pensamientos;
mírame tan sólo,
mírame y sonríe...
si no te importa que guarde
tu sonrisa
entre mis versos.
4
Afeitarse con esmero la barba,
dudar entre dos camisas
positivamente iguales,
hacer la cama,
fregar.
Repasar mentalmente la escena,
sobredotar sin motivo
los fondos de la cartera,
toser sin tener tos.
Pensar que eres imbécil,
pensar que eres humano,
pensar que hay otros peor.
Esconder la barriga,
atusarse las canas,
desconfiar del reloj, mirando por la ventana...
Cuesta trabajo admitirlo,
pero vistas a distancia
también las citas fallidas
tienen su gracia.