OCASO EN SAN VICENTE

 

J.J. Díaz Trillo

 

                                                        Con Bécquer

 

 

Fotografía: Yuli Castro

 

 

                                      I

 

Llega el corazón desnudo a la última frontera.

 

De par en par abiertas las puertas de tu vida.

 

Todo para otra vez sanar, pero esta vez de nuevo,

las cicatrices libres de un amor perseguido,

el cuento viejo de la infancia en ciernes,

queriendo abrir entonces el vendaval de ahora.

 

Pero la luz, qué única cosa, aquí refiere acaso

un porvenir, una rosa brillante de los vientos

que no fuera la misma, la ciega desazón de lo que hubo

de haber sido un huracán sin alta torre en su deriva.

 

Algo en fin que no mire a lo mismo ensimismado

y no sienta más miedo.

 

Como esta luz, pálido fin, que al mar ha dado tanto

y lo ha revuelto para ti, cristal, velo distante pero fiel,

sujeto al alma solo por un dios en vilo,

vigilante de ti, guardián dulce al que hoy le rezas

 

no por lo que promete sino por lo que has conseguido.

 

Y ahora ponlo, poeta, en este fin del mundo estremecido

que otra vez empieza como tu corazón en blanco cuando llega

de puntillas y tienta al sol como se acaricia al tiempo

 

cuando acaba.

 

                                      II

 

Y otra vez sin descanso empieza el lubricán rabioso,

las cuerdas extendidas desde el aire más limpio

de tus horas, la firme levedad de tu osadía

cuando aclaran la tarde las brújulas del cielo.

 

¿Qué navegación dispara entonces tus sentidos?

¿Qué oleaje de sangre, qué iracundia de peces

desarma frente a ti tanto muro de ayer, tanta nostalgia?

 

 

Subir tal vez a una segunda tarde de mañana

labre en tu corazón grietas seguras, surcos nuevos

por donde el agua de los sueños corra en manantial

hacia esa losa breve de la verdad vencida

 

solo por esta luz.

 

                       Por esta luz, poeta,

crepita el porvenir desde su ansia más antigua

y sacrifica o borra el verso afable de los héroes

cuando llegan hasta ti, coro de ángeles,

epítetos fugaces en su batir de alas, plumas rotas

que ahora llaman para abrir, de par en par, tus puertas.

 

Asómate a la luz. No tengas miedo.

 

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